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Valentín Vergara
un entrerriano gobernador de Buenos Aires
(1926-1930)
por
Fernando Blanco Muiño
1-
Introducción.
Trataremos
de recorrer en estas páginas los momentos más importantes de la vida y la obra
de un eminente radical como fue el Dr.
Valentín Vergara. Cierto es que mucho tiempo ha transcurrido desde su
muerte, acaecida en 1930, y que el abandono en que ha caído su figura ha
significado disponer de poco material de archivo el que, en un esfuerzo
importante, hemos tratado de rescatar y, en algunos casos -como es el
fotográfico-, ponemos a disposición del lector. El trabajo que presentamos no
tiene pretensiones hegemonizadoras de la figura de Vergara y plantea, en algunos
pasajes, algunos interrogantes sobre las definiciones políticas que se han
elaborado de un período traumático de la historia argentina; esos interrogantes
tienen por misión despertar en el lector el interés de la lectura e
investigación posterior, lo que se convertiría en el éxito más importante que
alcanzaría esta obra.
2-
Primeros años.
Vergara
nació en Diamante, Provincia de Entre Ríos, en el año 1879, en el seno de una
familia de pocos recursos económicos, desempeñándose su padre como "canchero",
tal como alguna vez le recordó su Ministro de Hacienda en la Gobernación de la
Provincia de Buenos Aires, Francisco Ratto.
En esa
misma ciudad ocurrió su inesperada muerte el 22 de setiembre de 1930, poco
tiempo después de haber finalizado su mandato como Gobernador de la Provincia de
Buenos Aires.
Proveniente
de ese hogar humilde desarrolló su
niñez en la provincia de Entre Ríos, realizando sus primeros estudios en
la ciudad de Concepción del Uruguay, donde los culminó con el título de
bachiller en el mismo colegio que fundara, unos años antes, el General Justo
José de Urquiza.
Con el
título secundario en su valija se trasladó a Buenos Aires, donde ingresó a la
Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Buenos Aires,
alcanzando el título de abogado, primero, y el de Doctor en Jurisprudencia, en
el año 1904. Su tesis doctoral se basó en el tema de la posesión hereditaria, y
por ella, mereció ser distinguido con el diploma de honor.
Desde su
juventud fue militante de Unión Cívica Radical, y ya desde esa primera época,
comenzó a adquirir notoriedad y relieve por su personalidad
política.
Asimismo
es destacable que, aún dedicado con todo entusiasmo a las actividades
partidarias, el Dr. Vergara rehusó acceder a cargos de tipo administrativos y
electivos que se le ofrecieron desde lo más alto del Partido, privilegiando de
ese modo y en forma casi exclusiva el ejercicio de su profesión de abogado.
Su firme
convicción radical, su innegable formación jurídica que hacía de la Constitución
Nacional una regla de vida y de su defensa una bandera de lucha, hicieron que
Vergara, a los 26 años, tomara parte de la gesta revolucionaria de 1905.
3-
Primeros pasos políticos.
Luego de
esos sucesos, y sin tener la posibilidad de establecer el por qué, se radicó en
la Ciudad bonaerense de Bahía Blanca, y en ella no tardó en convertirse en una
de las populares figuras del radicalismo de la zona.
Fue allí
donde se rodeó de un gran prestigio profesional y afecto popular y comenzó su
accionar público: primero, desde un escaño del Consejo Deliberante, luego
ocupando el cargo de Intendente Municipal.
En esa
función fue donde demostró su gran habilidad y sus condiciones humanas y
políticas para acceder a responsabilidades importantes, pues infundía a la
comuna sus ideas claras, libres de todo tipo de intereses
personales.
4-
Vergara diputado nacional.
Terminada
su gestión al frente del gobierno municipal, Vergara se dedicó de lleno a
transitar la vida partidaria, llegando a ocupar por primera vez una banca en la
Cámara de Diputados de la Nación, para la que fue elegido en los comicios del
día 3 de marzo de 1918. En esa histórica elección la Unión Cívica Radical obtuvo
113.289 sufragios, representativos del 59,7%, contra 67.401 votos (35,5%) del
Partido Conservador, revirtiendo de ese modo la tendencia experimentada en las
anteriores elecciones de renovación legislativa en las que habían triunfado los
conservadores.
La
actuación parlamentaria del doctor
Vergara fue destacada y valiosa, no sólo para la causa radical, sino también
para todos los hombres y mujeres que poblaban el suelo
patrio.
En 1918, año en el cual asumió como
Diputado Nacional por la Provincia de Buenos Aires, presentó un proyecto de ley por el cual se adquirían
terrenos en la ciudad de Bahía Blanca para la construcción de tres nuevos
edificios escolares destinados a la Escuela Normal y Mixta, el Colegio Nacional
y la Escuela Nacional de Comercio. Y sería durante el debate de esta ley donde
se mostraría a favor de la descentralización de la Capital de la República, para
hacer de la Argentina un país federal. Sus palabras ese 3 de junio de 1918
fueron la confirmación, ya anticipada por don Leandro N. Alem, del centralismo
excacerbado que aún sufre el país. En esa ocasión afirmó: “soy
un convencido de que solamente con el engrandecimiento moral y material de las
ciudades con vida propia y situadas a gran distancia de la Capital Federal, se
conseguirá en el futuro realizar la aspiración nacional de descentralizar esta
gran urbe que absorbe toda la República por la falta de aliciente, estímulo y
atractivos de que se resienten la mayoría de los centros y ciudades del
interior”.
Su tarea
legislativa de ese primer año se integró con proyectos de ley para la
adquisición de semillas para los colonos de la provincia de Buenos Aires; de
transferencia de embarcaciones matriculadas con bandera argentina; y para la
construcción de tres edificios en su Bahía Blanca querida, destinados a la
sucursal del Banco Hipotecario Nacional, del Correo y de Telégrafos.
Asimismo,
suscribió en 1918 otros tres proyectos de ley referidos a estudios para la
provisión de agua potable y cloacas domiciliarias a varias ciudades de la
provincia de Buenos Aires; otro, en relación a la creación de una Cámara Federal
con asiento en Bahía Blanca; y uno, relativo a las mejoras de sueldos de varias
categorías de empleados de correos y telégrafos.
En los
años siguientes como legislador es de destacar la permanente preocupación hacia
la provincia que le había otorgado
el mandato de representación. Así, en 1919, presentó el proyecto de ley de
Obras de saneamiento para la ciudad de Bahía Blanca; en el período legislativo
de 1920, fue autor del proyecto de
ley de construcción de un edificio para la Escuela Normalista de Bahía Blanca;
otro, en igual sentido, para la construcción de un edificio destinado a la
Escuela Normal Mixta de Olavarría; y otro, para la construcción de un edificio
destinado a la Escuela Normal de Las Flores. En ese mismo año suscribió los
proyectos sobre construcción de un pabellón de infecciosos en el Hospital San
José de Bahía Blanca y otro de construcción de los cuarteles de Azul. Durante el
año 1921 presentó el proyecto de ley
para construir un ferrocarril desde San Luis hasta Bahía Blanca, que tenía por
objeto generar un polo de salida para las mercaderías de la zona de Cuyo, sin
necesidad de tener que pasar por la siempre centralista ciudad de Buenos Aires.
En 1922, año en el que expiraba su
mandato, sus proyectos de ley presentados fueron sobre la reforma a la Ley de
Pensiones y Jubilaciones de empleados de empresas particulares y de servicios
públicos; y, otro sobre la creación de la Cooperativa Nacional de
Hacendados.
Este
trabajo parlamentario se vio acompañado de importantes participaciones en el
recinto donde Vergara defendió, siempre, los principios de la Unión Cívica
Radical. De una oratoria ejemplar, en una época muy difícil para el partido de
gobierno que él representaba, Vergara se convirtió en una espada insustituible
en el bloque de diputados nacionales del radicalismo. Todo ello le valió la
posibilidad de aspirar a su reelección, la que se concretó en las elecciones de
renovación legislativa de 1922, llevadas a cabo el 2 de abril de ese año, y en
las que la lista de la Unión Cívica Radical, encabezada por el doctor Vergara,
obtuvo 114.504 votos (60,6%) contra 61.795 (32,7%) del Partido
Conservador.
De ese
segundo mandato legislativo es importante rescatar sus proyectos de ley sobre
Jubilaciones y Pensiones para el personal de empresas periodísticas y sociedades
anónimas; el de modificación de la ley sobre el ejercicio de la procuración; el
de intervención federal a las provincias de Mendoza y San Juan; y en su último
año como diputado, antes de asumir la gobernación de la provincia de Buenos
Aires, el de construcción de un edificio para la Facultad de Ciencias Exactas,
Físicas y Naturales.
Muchos
de los proyectos aquí reseñados recién se verán concretados cuando el Dr.
Vergara acceda a la gobernación del primer estado argentino, otros, no tuvieron
más duración que la democracia naciente bajo los gobiernos radicales, y
desaparecieron con la dictadura setembrina.
También
es destacable que, aún siendo un ejemplo militante de la Unión Cívica Radical,
supo acompañar iniciativas legislativas de otros bloques parlamentarios, aún
a riesgo de una mala interpretación
política, pero siempre confiado en que el radicalismo era la bandera genuina de
la democracia.
Esto ha
quedado demostrado durante la jornada del 24 de enero de 1919, cuando el
diputado socialista Mario Bravo, acusó al gobierno radical de haber castigado
por medio de la policía a las personas involucradas en los incidentes de la
primera quincena de ese mismo mes en los Talleres Vasena.
En ese
debate parlamentario el Dr. Valentín Vergara dijo: “…no
tengo escrúpulos constitucionales de ninguna especie para votar la minuta del
señor diputado. Creo que el gobierno radical, creo que el gobierno de mi
partido, que ha surgido de las fuentes más limpias y más puras del pueblo de la
República, es el primer interesado en que se respeten ampliamente todos los
derechos colectivos y todas las garantías individuales. Voy, pues, a acompañar
al señor diputado por la Capital con mi voto más espontáneo y mi adhesión más
calurosa; y espero, como diputado del pueblo y como miembro del partido que ha
llevado al gobierno al actual poder ejecutivo, que dé las amplias explicaciones
que se solicitan, porque abrigo también la convicción íntima de que el señor
diputado puede haber sido impresionado erróneamente, puede estar mal informado.
Por ello creo que la verdad se ha de hacer y se ha de establecer en el sentido
que reclaman la cultura y la civilización de la República, que sabe con honor
interpretar el actual gobierno”, manifestó.
Asimismo,
Valentín Vergara, en las horas en que ya se empezaban a vislumbrar las sombras
de las peleas internas en el
Radicalismo, fue un tenaz luchador contra los que pretendían definir y convertir
a la Unión Cívica Radical en un partido personalista.
En un
debate de un alto contenido doctrinario, fuente de inspiración permanente para
los radicales, llevado a cabo en la sesión de la Cámara de Diputados del día 13
de noviembre de 1919, y que integra esta publicación con su transcripción
completa, el Dr. Valentín Vergara defendió al partido de una manera digna y
sincera, sosteniendo su vocación democrática alejada de cualquier personalismo
de turno, al decir: “… la política seguida por el partido
radical no ha sido nunca, ni es personalista, y los hombres que han actuado al
frente del partido jamás hubieran aceptado una jefatura única, en esa forma
incondicional a que se ha hecho referencia en la Cámara. ¿ Puede decirse que era
una política personalista la del Dr. Hipólito Yrigoyen? ¡No, y mil veces no! No
admito que al dar este ejemplo la Unión Cívica Radical de la Provincia de Buenos
Aires se diga que fue obedeciendo únicamente a las inspiraciones del Dr.
Hipólito Yrigoyen; y para ello no habría más que leer la proclama que la U.C.R.
de Buenos Aires lanzó a la faz de todo el país, suscripta por eminentes
personalidades, a cuyo frente, es cierto, está el Dr. Yrigoyen, pero le siguen
después una gran cantidad de eminencias”, afirmó contundente.
Para agregar que “La Unión Cívica Radical no es un partido
personalista, es un partido que tiene una política y una tendencia bien
definidas, no ha hecho pacto en ningún momento de su trayectoria cívica y no ha
admitido contubernios en ninguna forma con los hombres que estaba
combatiendo”, terminó.
Sus
palabras eran justas y ejemplares, fijó posición partidaria en los grandes temas
nacionales como fueron la situación de la provincia de Tucumán, la violación de
los fueros parlamentarios, la incompatibilidad parlamentaria y otros tantos que
hicieron al quehacer político de la República por aquellos años y que han quedado integrados en su obra
legislativa.
Demostró
siempre su entereza moral. Por caso, cuando murió el gobernador de Mendoza y ex
legislador, Dr. José Néstor Lencinas. Ante ese hecho, las autoridades de la
Cámara pidieron un minuto de silencio en su memoria, pero el diputado
conservador Matías Sánchez Sorondo solicitó que se pusiera a votación dicho
pedido. Ante ese hecho inédito que quebraba la más tradicional práctica
parlamentaria, el Dr. Vergara sostuvo: “Yo
no participo de la opinión que acaba de emitir el señor diputado por Buenos
Aires. Creo que cualquiera que haya sido la discrepancia política con el ex
gobernador de Mendoza de cualquier señor diputado, esta Cámara no puede negar en
forma alguna a su memoria un homenaje tan de práctica y tan corriente a un
ciudadano que se ha sentado en la misma banca que ocupa el señor diputado por la
provincia de Buenos Aires”.
Además,
en el parlamento desempeñó la Presidencia de la Comisión de Negocios
Constitucionales llegando a ser Presidente del Bloque de Diputados Nacionales en
los tiempos de la fractura del Radicalismo, siendo un elemento aglutinador de
los yrigoyenistas y canal comunicante con los "antipersonalistas" conducidos por
el Dr. Tamborini, y finalmente, alcanzó la Vicepresidencia del
cuerpo.
Durante
el difícil año de 1924 cupo a Vergara tener un papel protagónico en el
parlamento nacional. El 20 de junio de ese año se formalizó la ruptura del
bloque de la Unión Cívica Radical. El sector que respondía a Hipólito Yrigoyen,
decidió no concurrir a la Asamblea Legislativa convocada para escuchar el
discurso del Presidente Alvear al inaugurar el período ordinario de sesiones,
adoptando similar actitud el Dr. Elpidio González, Vicepresidente de la
República. Este hecho sin antecendentes en la historia legislativa argentina
produjo, definitivamente, el nacimiento de los "antipersonalistas" y la división
de los legisladores radicales de la Cámara Baja. En ese contexto, correspondía a
la Cámara de Diputados de la Nación analizar los diplomas de los diputados
electos por Córdoba en una elección, realizada en marzo de 1922, que había sido
tildada, por los "antipersonalistas" y los radicales como inconstitucional. Es
más, los propios legisladores del "contubernio" (EXPLICAR) habían presentado el
proyecto de intervención a la provincia de Córdoba a fin de encontrar el remedio
federal a ese dislate electoral, el que había sido aprobado -el día 15 de julio
de 1923, obteniendo de esa manera media sanción- con el voto favorable de 86
legisladores contra 30 que se manifestaron en contra de la intervención. Pero,
entre julio de 1923 y julio de
1924, se ahondaron las diferencias entre yrigoyenistas y antipersonalistas, las
que se exacerbaron con los episodios narrados del 20 de junio de 1924. Así,
entonces, la Cámara se abocó a tratar las impugnaciones presentadas por los
yrigoyenistas y los antipersonalistas a los diplomas de los diputados electos
por Córdoba en aquella irregular elección. Se trató el tema en la decisiva
sesión del 14 de agosto de 1924. En ella, Valentín Vergara, prevenido que muchos
de los legisladores que habían votado a favor de la intervención, ahora lo
harían por la aceptación de los diplomas, lo que significaba legalizar la
situación de la provincia de Córdoba, les anticipó su reconvención, al decir "Si
las masas populares, si los partidos que nos han elegido tienen marcada su
orientación, los representantes que hemos surgido de sus filas no podemos venir
aquí a confundir nuestro voto con el de fracciones distintas, so pena de andar
en danzas y contradanzas que vienen en definitiva a corromper y perturbar los
verdaderos principios de los partidos. Si el doctor Yrigoyen no intervino la
provincia, posiblemente ha sido por cuanto estaba en las postrimerías de su
período, y era lógico dejar un asunto de tan alta trascendencia para que su
sucesor lo resolviera. El Presidente Alvear aceptó la situación creada por su
antecesor y él mismo ha sido partidario de la intervención en la provincia de
Córdoba, cualquiera que sea la conducta que pueda observar en estos
momentos". Finalmente, a pesar de la oposición de los antipersonalistas
de Córdoba y los yrigoyenistas, pero con todo el apoyo del Ministerio del
Interior, encabezado por Vicente Gallo, se realizó la votación que arrojó un
empate en 66, debiendo en consecuencia desempatar la Presidencia de la Cámara.
En ese sentido, el diputado Mario Guido, hizo saber su voto diciendo: "El
Reglamento impone a la presidencia desempatar esta votación. Por leales
convicciones constitucionales y políticas, doy mi voto por la
afirmativa". Así se
resolvió una cuestión que se puede decir hoy, a muchos años vista, constituyó el
punto de inflexión en el aglutinamiento de las fuerzas políticas que producirían
el golpe de estado de setiembre de 1930. Para el caso en análisis, la figura de
Valentín Vergara, cabe destacar que su voto fue consecuente tanto en la votación
de julio de 1923, a favor de la intervención, como en agosto de 1924, en contra
de la aceptación de los diplomas de los diputados por Córdoba, lo que trasunta,
no sólo la identificación con el ideario yrigoyeneano y por ende radical, sino
la coherencia aplicada a cada acción política.
5-
Vergara gobernador.
Los dos
últimos años de la Presidencia del Dr. Alvear se presentaban muy difíciles,
tanto para el propio gobierno como para las fuerzas yrigoyenistas. Muchos
miembros del gobierno de Alvear, integrantes del "contubernio" que tenía por fín
impedir el acceso de Yrigoyen a una nueva Presidencia de la República, habían
hecho de la intervención a la Provincia de Buenos Aires su amenaza más fuerte
para socavar el poderío electoral del Dr. Yrigoyen. En ese marco, no era una
cuestión menor la definición de quién sucedería a José Luis Cantilo al frente
del gobierno provincial. La iniciativa de la intervención se concretó
legislativamente en 1925 siendo el jefe de ese movimiento el Ministro Gallo,
quien había sustituído al renunciante ministro Matienzo en noviembre de 1923 y
que, ya desde una banca en el Senado, había protagonizado las más pérfidas
acciones del "contubernio" contra el Radicalismo, al punto de alentar las faltas
de respeto al Vicepresidente de la Nación, doctor Elpidio González, votar con el "régimen" contra el
Radicalismo de Jujuy e interferir contra las fuerzas radicales de Santiago del
Estero y Tucumán.
Gallo, a
la sazón ministro de Alvear, era quien urdía el plan para alejar a Yrigoyen de
la Presidencia. Frente a él, el Dr. Yrigoyen había diseñado la estrategia de
dejar pasar el tiempo e ir acumulando poder político desde el interior. Se
estableció así una lucha en silencio llegándose al punto en el cual los
colaboradores del Presidente Alvear le impusieron a éste la necesidad de
intervenir la Provincia de Buenos Aires, por decreto. Así, el 31 de enero de
1925, en plena reunión de gabinete, los ministros Le Breton y Gallo formularon el pedido, fundando la
intervención en los procederes inconstitucionales del gobernador Cantilo.
Alvear, dubitativo, les pidió a sus ministros que prepararan un informe con las
pruebas enunciadas y, el 5 de marzo, Gallo, en una nueva reunión de gabinete,
hizo entrega de la carpeta donde constaban los cargos contra Cantilo: los
padrones nacional y provincial contenían numerosas irregularidades que daban
lugar al doble voto; el Gobernador había intervenido, sin causa justificada,
según la interpretación del ministro Gallo, algunos municipios normalmente
controlados por los conservadores; el Poder Judicial, la burocracia y la policía
manifestaban un partidismo indebido en su composición y conducta; se habían
difundido los juegos ilícitos y el desorden reinaba en las finanzas
provinciales. A los ojos de Alvear estos argumentos eran insuficientes y no tenían sustento
por lo que Gallo volvió a la carga con más pruebas dos semanas más tarde. Ante
tal insistencia, el Presidente Alvear suscribió una declaración dirigida al
Congreso de la Nación, en receso en ese momento, en la que manifestaba: "El
Poder Ejecutivo considera institucionalmente anormal la situación de Buenos
Aires y, en consecuencia, procedente la intervención federal; pero, por no
mediar en el momento los motivos de urgencia que, según reiteradas
declaraciones, y normas aplicadas en casos semejantes pueden autorizar al
Ejecutivo para intervenir una Provincia en el receso parlamentario; estando,
además, próxima la apertura del Congreso, y sin perjuicio de contemplar
nuevamente el caso si tal situación se produjera, resuelve someter el asunto a
la decisión del Congreso, enviando en su oportunidad, con los antecedentes y las
informaciones que lo fundamentan, el correspondiente proyecto de ley".
Esta declaración motorizó a los legisladores del "contubernio", y el Senado
sancionó el 20 de septiembre de 1925 el proyecto de intervención a la Provincia
de Buenos Aires. El senador Delfor
del Valle (Yrigoyenista de la Pcia. de Bs. As.), durante ese debate, denunció
que:"existe un bloqueo del gobierno nacional al
gobierno provincial de carácter financiero. Se ha avisado banco por banco que la
ayuda a la Provincia les traería consecuencias desagradables; y lo que es más
grave: se apeló a la misma propaganda en Nueva York y otras plazas, por
intermedio de funcionarios públicos nacionales, vinculados a bancos extranjeros
en Buenos Aires", sostuvo.
El proyecto pasó en revisión a la Cámara de Diputados donde fue remitido
a la Comisión de Negocios Constitucionales, quedando allí definitivamente
paralizado. En los días que siguieron algunos medios de prensa se hicieron eco
de palabras del Presidente Alvear, e informaron que éste había desistido de la
intervención a Buenos Aires, lo que significó la derrota política de Gallo
precipitando, el 27 de julio de ese año, su renuncia al Ministerio del
Interior.
Mucho se
ha discutido sobre la actitud del Presidente Alvear ante los proyectos de
intervención, no sólo a la provincia de Buenos Aires, sino a otros distritos del
país. En todos los casos Alvear tenía una posición ideológica en contra de ese
mecanismo, a la vez que pretendía utilizarlo como elemento diferenciador de la
política de su antecesor, haciendo recaer la responsabilidad política e
institucional en el Congreso de la Nación.
Salido
Vicente Gallo del gobierno, en su lugar, el 5 de agosto, asumió el Dr. José P.
Tamborini, quien venía de impulsar en la Cámara de Diputados, junto con Valentín
Vergara, la política de "fusión" de los bloques parlamentarios radicales. Este
antecedente, más el alejamiento del fantasma de la intervención, parecía
encaminar al Radicalismo de la provincia de Buenos Aires hacia una etapa de
consolidación y organización con vistas a las elecciones de gobernador. Pero la
paz duró apenas 15 días. El 20 de agosto cayó el "fusionismo" y el 8 de setiembre se presentó un nuevo
proyecto de intervención a Buenos Aires, con la firma de los senadores Leopoldo
Melo, Pedro Larlús, Segundo B. Gallo y Teófilo Sánchez de Bustamante, el que fue
aprobado el día 20 de setiembre con el voto de los senadores del "contubernio" a
excepción de los senadores Gómez y
Saguier.
En ese
escenario político debía definirse, entonces, la candidatura a Gobernador de la
Provincia de Buenos Aires. Las conjeturas que se han hecho respecto de por qué,
finalmente, la designación recayó en el Dr. Valentín Vergara son muchas. Existió
un primer contacto de Alvear con Cantilo para sondearlo sobre los posibles
candidatos, intentando encontrar alguien con fuerte espíritu conciliador, debido
al momento político que se vivía. Del Mazo, al respecto sostiene que: "Muchas tratativas habían realizado amigos
comunes de Yrigoyen y Alvear, ante el Presidente, para lograr una candidatura
provincial de advenimiento. Del lado de Yrigoyen se proponía oficiosamente para
candidato a gobernador la terna: Julio Moreno, Pablo Torello, Nereo Crovetto; del lado de
Alvear, también oficiosamente, Obdulio Siri, Andrés Ferreyra, Valentín Vergara.
En un momento llegóse hasta a conversar -siempre a título personal de los
gestores- del problema de la futura Presidencia como solución
integral..." Para completar
diciendo que: "el doctor Valentín Vergara, no era un
nombre mal visto por el Presidente de la República". Resulta extraño
creer, según lo afirmado por Del Mazo, que Vergara fuera apadrinado por Alvear y
no por el doctor Yrigoyen. Esto así teniendo en cuenta que Vergara había sido el
Presidente del Bloque Yrigoyenista; había defendido a la Unión Cívica Radical
cuando se la tildaba de personalista; y,
había encabezado la lista de diputados nacionales de la Provincia en el
año 1922, con el beneplácito de Yrigoyen. A mayor abundamiento, se puede citar
la ya comentada actitud de Vergara en los sucesos de junio y julio de 1924. En
cualquier caso, lo cierto es que la resolución del tema recayó en los dos
grandes referentes del radicalismo, Hipólito Yrigoyen y Marcelo T. de
Alvear. El primero, no podía pensar
en volver a la Presidencia en 1928 dejando en manos opositoras al distrito más
importante del país; el otro, no podía abrir un frente de beligerancia
permanente estando en los últimos dos años de su mandato, lo que significaría la
parálisis absoluta del parlamento y la imposibilidad de sancionar la legislación
necesaria para su gestión de gobierno. En consecuencia, ambos, por conveniencia
propia y porque Vergara garantizaba
capacidad, idoneidad, eficacia y
seriedad, ungieron al ex intendente de Bahía Blanca candidato a
gobernador, cuya nominación la Convención Provincial de la Unión Cívica Radical
aprobó el 31 de octubre de 1925.
Al mes
siguiente, los conservadores realizaron su Convención y, a instancias de Rodolfo
Moreno, votaron a favor de la abstención en las elecciones de gobernador
convocadas para diciembre de ese año.
Esta
circunstancia hizo que el acto comicial fuera casi simbólico. Vergara se
enfrentó, solamente, al candidato socialista, obteniendo 109.481 sufragios
(76,2% del total) contra 25.419 (17,7%).
El
doctor Valentín Vergara asumió la gobernación de la provincia de Buenos Aires el
1º de mayo de 1926, designado en los ministerios a Ernesto Boatti, Francisco
Ratto y Obdulio Siri. Todo el gobierno de Vergara tuvo como telón de fondo el
problema de la división del radicalismo, la amenaza permanente de la
intervención federal y una complicada situación financiera para el distrito -
que arrojaba un déficit para el período de 17 millones de pesos (de aquella
época) y obligaciones a mediano plazo que superaban los 60
millones-.
Vergara
trató de resolver los problemas fiscales aplicando una reducción de los gastos,
pero estas medidas fueron pocas y de poca importancia. Sabía que no podía hacer
reducciones drásticas que estabilizaran el presupuesto pues le quitaría el
respaldo político alcanzado. La decisión que tomó fue, entonces, la de pedir un
préstamo para cubrir el déficit de ese año e impulsar el revalúo fiscal,
aprobado en el último tramo de la gestión de Cantilo, para que se pudiera
comenzar a cobrar en el ejercicio siguiente, de modo de sincerar el sistema
tributario provincial y de ese modo generar un flujo mayor de recursos
genuinos.
Así como
la intervención federal fue un tema que sobrevoló todo su mandato, también lo fue la cuestión de
los juegos de azar. Para ambos casos, se puede afirmar que fueron cuestiones
utilizadas por los "antipersonalistas" en pos de debilitar la candidatura del
doctor Yrigoyen. En el conflicto de los juegos de azar, ideológicamente
acompañados por los socialistas.
Por una
legislación de inspiración radical, votada en la sesión del 16 de febrero de
1927, se dio legalidad al juego
clandestino que pululaba por toda
la provincia, con el objeto de generar otra fuente de recursos capaz de afrontar
los desafíos de un presupuesto provincial equilibrado y socialmente igualitario,
imponiéndose el pago de gravámenes a los casinos. Según el texto legal aprobado,
lo recaudado se destinaría a los
hospitales, instituciones de caridad y otras entidades benéficas.
Pero las
estimaciones de recaudación no se cumplieron e inmediatamente, se levantaron las
voces de los socialistas, quienes históricamente habían estado en contra de la
legalización de los juegos de azar.
Este
hecho generó un nuevo escenario de disputa en la provincia, magistralmente
aprovechado por quienes ya habían tomado la decisión de pagar cualquier precio
por la Presidencia de la República.
En los
primeros días de julio de 1927 el doctor Juan B. Justo, socialista y senador
nacional, ordenó a su partido la
preparación de un proyecto de ley para intervenir la provincia de Buenos Aires,
aún a costa de bajar su bandera tradicional de oposición a las intervenciones
federales.
El
proyecto presentado era un ariete de primer nivel contra Yrigoyen, a quienes,
cabe decirlo, los socialistas mostraban su encono todas las veces que podían.
Pero, el bloque de senadores provinciales radicales, al ver que la situación se
complicaba y que el proyecto sería utilizado por los "antipersonalistas"
anunciaron, a fines de marzo, que al inicio del nuevo período ordinario
promoverían la derogación de la conflictiva ley de juegos de azar.
Y al
tiempo que los radicales y los socialistas entraban en esta disputa en torno al
juego y la intervención, los conservadores y los antipersonalistas consolidaban
sus fuerzas, a través de sendos mitines y la proclamación de la fórmula
presidencial para hacer frente a Yrigoyen.
Los
Conservadores se reunieron en Córdoba con el objetivo de definir una estrategia
que los nucleara a todos. El impulsor de la idea fue el representante del
Partido Conservador de la Provincia de Buenos Aires, Dr. Rodolfo Moreno, quien
además de hacer consensuar una plataforma de veinte puntos, logró convencer a
los conservadores de no presentar binomio propio para la elección presidencial,
acompañando la fórmula que llevaran los
"antipersonalistas".
Estos,
mientras tanto, convocaron a su convención para fines de abril de 1927, donde
proclamaron su fórmula, la que quedó integrada por los Dres. Leopoldo Melo y
Vicente Gallo, como candidatos a Presidente y Vicepresidente, respectivamente, y
aprobaron una plataforma similar a la que habían votado los Conservadores en
Córdoba unos días antes. Finalmente cerraron sus deliberaciones aprobando la
propuesta de impulsar la intervención de
la provincia de Buenos Aires.
En medio
de este marco político y a pesar de él, el gobernador Vergara luchó para que no
se decretara la intervención y para gobernar la provincia, base electoral de la
Unión Cívica Radical.
Consecuente
con sus afirmaciones contra las intervenciones que había sostenido en el recinto
de la Cámara de Diputados, el 1° de Mayo de 1927, al inaugurar un nuevo período
ordinarios de sesiones de la Cámara de Diputados provincial, defendió
vigorosamente su gobierno y criticó a los opositores que incitaban a la
intervención por intereses partidistas a costa del pueblo a quienes ellos decían
representar.
En ese
mes de mayo, el día 19 de ese mes para ser precisos, el diputado nacional socialista Adolfo
Dickmann, presentó finalmente el proyecto de intervención, proponiendo el
inmediato cierre y clausura de
todos los establecimientos bonaerenses donde se practicaban los juegos de azar,
que además de casinos, abarcaba los hipodrómos y casas de
lotería.
El
proyecto de Dickmann complicó aún más el panorama y las reuniones entre el
gobernador Vergara y Raúl Oyhanarte, asesor de Hipólito Yrigoyen, se sucedieron
día tras día. Al mismo tiempo se rumoreaba que si Yrigoyen no renunciaba a su
candidatura a Presidente, la intervención de Buenos Aires sería casi
segura.
Asimismo,
en algunos corrillos políticos se había puesto fecha para hacer efectiva la
intervención: debía ser antes del 1º de mayo, para evitar la apertura del
período ordinario de sesiones. En esos días, como relata Gabriel Del Mazo: "Fue
cuando el gobernador Vergara entrevistó al Presidente y le anunció que si ese
atentado se consumara, Buenos Aires denunciaría el Pacto Federal. Le significó,
además, que la intervención importaba entregar la Provincia, cuyo Radicalismo el
Presidente había presidido, y tal vez el país, a los conservadores. Alvear dio
máquina atrás definitivamente y manifestó al doctor Vergara que era el último y
no el primer argumento el que lo decidía.
La
entrevista fue de mañana. La noche anterior se habían reunido en La Plata, en la
casa oficial del gobernador, el doctor Vergara y su ministro de hacienda, don
Francisco Ratto. Estaba presente doña Aurora González, esposa del doctor
Vergara. Era extraordinario el apremio de las circunstancias. El gobierno de la
Provincia tenía la información cierta que la intervención se producía al día
siguiente, y, de cualquier modo, antes de la inauguración del Congreso. El
Gobernador estaba ante una opción dramática.
Bloqueado
por la irreductibilidad del problema, de pronto, -sigue
narrando Del Mazo -, como una carga de su nerviosidad,
exclamó: ¡Este viejo terco de Yrigoyen!, ¡El pudo haber buscado una atenuación
al problema! -Vea Vergara, le dijo el ministro Ratto, no dudo que el viejo
Yrigoyen sea un poco terco, pero recordemos que gracias a su terquedad, Usted,
hijo de un canchero, y yo, hijo de un panadero, somos gobernador y ministro de
la gran Provincia de Buenos Aires; y
con la frente alta y sin arrastrarnos. El honor de ser gobernador de
Buenos Aires es muy grande, pero el que un entrerriano lo sea, lo obliga
infinitamente más. Que la entregue un porteño a Buenos Aires, si quiere: ¡un
entrerriano no puede! Hay que denunciar, y si es necesario, romper el
Pacto.
El
doctor Vergara, quien en rigor estaba ya convencido, lo abrazó, y su decisión
fue la que comunicó al Presidente de la República en la mañana siguiente,
animado afectuosamente también en la citada reunión por su mujer, señora de
grandes condiciones: el gobernador -de no tener satisfacción por parte del
Presidente de la República- se replegaría hasta Azul con su gobierno",
termina
diciendo Del Mazo.
Algún
efecto habrán causado las palabras de Vergara ante Alvear, pues la intervención
con fecha y hora fijada, como sentencia de ejecución, no fue realizada, y el
doctor Vergara, pudo inaugurar las sesiones de la Legislatura provincial.
Ante
este escenario político, entre los días 27 y 28 de mayo esa misma
Legislatura aprobó la derogación de
la ley que había dado sustento jurídico a los juegos de azar poniendo fin a las
carreras de caballos, a los casinos y a la lotería.
Derogada
la ley, y sin argumento para sostenerlo, el último día de mayo el bloque
socialista votó en su seno el retiro del proyecto de intervención, lo que fue
aprobado por 14 votos contra 6; y,
finalmente, el 2 de junio, se efectivizó el citado retiro del Congreso Nacional
del proyecto de intervención a la provincia. Tiempo después, un prestigioso
dirigente radical de la provincia de Entre Ríos y gran amigo del Dr.
Yrigoyen, comentó que esa decisión
fue fruto de un larga caminata compartida en la Costanera de Buenos Aires por el
senador Justo y el propio Hipólito
Yrigoyen, donde habrían acordado el camino a seguir.
Hubo un
último intento, hacia fines de 1927, de las fuerzas antiyrigoyenistas por
convencer a Alvear para que
disponga la intervención federal a la provincia de Buenos Aires, pero éste se
mantuvo en su tradicional postura lo que terminó garantizando el resultado
electoral de abril de 1928.
Lejos de
la sombra de la intervención, entonces, el Yrigoyenismo se terminó de afianzar
en Buenos Aires, y el Dr. Valentín Vergara pudo continuar con la obra de
gobierno en su provincia, poniendo orden a los asuntos fiscales, estabilizando
los presupuestos de 1927 y 1928; haciendo uso de los préstamos, que utilizó
centralmente para equilibrar el déficit presupuestario y para ampliar la red
ferroviaria del distrito, y
rediseñando la administración pública provincial.
Durante
este tiempo se dio impulso a la construcción de escuelas y caminos, obras que
además, fortalecían el poder del Yrigoyenismo en la
provincia.
A lo
largo de los años 1928 y 1929 el gobernador gozó de una amplia mayoría en ambas
cámaras provinciales lo que facilitó su tarea ejecutiva, obteniendo varias
victorias en este campo ante los siempre combativos socialistas. En ese sentido
es de destacar la actitud de los bloques legislativos provinciales de la Unión
Cívica Radical que sobre 116 votaciones por lista realizadas, en 104 los
diputados yrigoyenistas votaron a favor del gobierno.
La tarea
del Radicalismo de la Provincia, en general, y la de su gobernador, en
particular resultaron decisivas en las
elecciones del 1º de abril de 1928. Sobre los 840.000 votos obtenidos por
la fórmula Yrigoyen-Beiró en todo el país, la provincia de Buenos Aires aportó
217.211, triunfando en todos los distritos electorales a excepción de 6 que eran
tradicionalmente conservadores: Castelli, Exaltación de la Cruz, Laprida, Marcos
Paz, Monte y Roque Pérez. La proporción respecto de los votos conservadores fue
de 3 a 1 y ello no hace más que confirmar la inserción del radicalismo en todas
las clases sociales de la provincia, además, del trabajo ejemplar desarrollado
por el gobernador Vergara en su gestión de gobierno.
El
resultado electoral permitió al Yrigoyenismo mantener una cómoda mayoría en la
Legislatura provincial de modo que, en ese mismo año de 1928, con 39 votos a
favor se eligió a Pablo Torello como sucesor de Fernando Saguier en el cargo de
senador nacional. El candidato conservador Rodolfo Moreno, obtuvo 13 votos. El
doctor Torello había sido Ministro de Obras Públicas del primer gobierno de
Yrigoyen y al momento de la elección era el Presidente del Comité Nacional de la
Unión Cívica Radical, es decir, un yrigoyenista sin doblez que se integró al
pequeño bloque, de tan sólo 8 miembros, de senadores nacionales del radicalismo
que disputaron duramente contra los 9 conservadores, 9 "antipersonalistas" y el
socialista.
La
crisis del 29 golpeó al gobierno de Vergara lo mismo que al de Yrigoyen. Si bien
es cierto que las finanzas de las provincia estaban en orden y que se había
alcanzado el equilibrio presupuestario, las consecuencias de la Gran Depresión
se hicieron sentir de modo muy fuerte en los centros urbanos más desarrollados,
lo que significó un descontento muy fuerte de la sclases populares que se
tradujo en una merma electoral del radicalismo, muy hábilmente capitalizada por
las fuerzas conservadoras de la provincia.
Hacia
fines de ese año, más precisamente el 27 de octubre de 1929, se reunió en La
Plata la Convención Provincial de la Unión Cívica Radical que tenía por objeto
la nominación de la fórmula para gobernador con vistas a las elecciones del mes
de diciembre. Luego de arduas negociaciones entre núcleos de afiliados de la
provincia, distinguidos entre provincialistas y metropolitanos, surgió la
candidatura del director del Banco Hipotecario Nacional, el terrateniente Nereo
Crovetto, quien se enfrentaría a la fórmula conservadora integrada por el
senador nacional Antonio Santamarina y el diputado nacional Edgardo
Míguez.
En medio
de la campaña a la primera magistratura bonaerense, a fines de noviembre se
llevaron a cabo las elecciones municipales en la provincia, las que hubieron de
servir como un anticipo de la convocada para diciembre. Si bien el triunfo
radical no estaba en dudas, las peleas internas, el poco tiempo de campaña y la
repercusión de la crisis económica hicieron que los resultados, en algunos
distritos fueran sorpresivos. Los dos casos más notorios los constituyeron La
Plata y Morón.
En la
capital provincial, donde el prestigio del gobernador Vergara era enorme, el
resultado a favor del radicalismo fue muy ajustado; y en Morón, distrito
electoral donde tenía su centro el experimentado y reconocido Ministro de Obras
Públicas del gobierno del doctor Vergara, Ernesto Boatti, la elección salió
2.738 votos para la UCR, 2559 para los conservadores.
En fin,
en medio de un panorama creciente de conflicto político; con una realidad
económica complicada por la crisis interna e internacional; con un partido al
que le había costado definir sus candidaturas y que pagó un alto precio por eso en las
elecciones de renovación municipal del mes anterior; la Unión Cívica Radical de
la Provincia de Buenos Aires marchó al desafío electoral de diciembre de 1929.
La
jornada cívica fue ejemplar, como todas las que se realizaron durante la gestión
de Vergara. No hubo denuncias de hostigamientos, ni de fraudes y el acto
comicial se llevó a cabo con absoluta normalidad. El 68 % de los bonaerenses
concurrió a las urnas, convirtiéndose esa elección en el de más alto índice de
participación desde la vigencia de la ley Sáenz Peña. El escrutinio fue
realizado en enero de 1930 y se alzó con el triunfo la fórmula radical con
178.417 votos contra 125.176 de la fórmula conservadora. El resultado también
marca, con elocuencia, el éxito de la administración Vergara; la Unión Cívica
Radical ganó esos comicios, no sólo por historia, por compromiso democrático,
sino que también lo hizo porque supo gestionar un distrito difícil en un momento
difícil, siendo el responsable de ello el doctor Vergara.
Así,
entonces, sin haber perdido ninguna elección a lo largo de su mandato y
garantizando la continuidad de la Unión Cívica Radical en el gobierno de la
provincia, el 30 de abril de 1930, el Dr. Valentín Vergara dejaba la primera
magistratura de la Provincia de Buenos Aires en manos de su sucesor, Nereo
Crovetto.
El
diario EL DIA, de La Plata, publicó partes del discurso de despedida de Vergara
quien enfatizó: “En el ejercicio del gobierno me he ajustado
a los tres principios básicos que expresé al asumir: en lo político he tenido en
cuenta la Constitución, a cuya sombra viven generosas todas las garantías y
todas las libertades ciudadanas; en lo administrativo, he seguido el orden
social; y en lo social la solidaridad y la igualdad”. Para finalizar
diciendo que “El estado de Buenos Aires tiene constituída
tal unidad y tal poderío económico y político que no habrá fuerza ni partido que
pueda ya retrotraerlo al pasado”.
Ese
mismo diario, dos días antes del traspaso del mando, refiriéndose a la gestión administrativa
llevada adelante por el gobernador Vergara, y a modo de síntesis de su
gobierno, escribía lo siguiente: “Hemos dicho una vez más, que el ejecutivo
actual quiso y pudo transformar el desorden administrativo y financiero del
Estado en un satisfactorio ordenamiento.
Exigió
el equilibrio del presupuesto y la inclusión en el mismo de todos los gastos
públicos, de manera que cada año pudo saberse a ciencia cierta lo que iba a
gastar y lo que calculaba recaudar en concepto de las contribuciones. Cumplió
oportunamente las obligaciones de la tesorería, sea que se tratara de la deuda
pública, de gastos y sueldos administrativos o de aprovisionamiento y
certificados de obras públicas. Infundió seguridad y confianza a los banqueros
extranjeros y nacionales, pudiendo colocar empréstitos y conseguir préstamos a
corto plazo en condiciones muy superiores a las de sus antecesores. Capeó
airosamente las mermas recaudativas originadas por la clausura de las carreras,
de los casinos, y de la lotería, como también las devoluciones de cuantiosas
sumas cobradas en virtud de leyes impositivas inconstitucionales. Cumplió un
plan de obras públicas, sin nada monumental, pero de notoria conveniencia
pública, y de buen sentido.
Realizó
el revalúo de la propiedad inmueble, extrayendo de los nuevos valores de los
bienes empadronados, con una tasa menor que la anterior, alrededor de un 80% de
aumento de la renta. Y ajustó mucho la práctica administrativa. Como nos damos
cuenta, en líneas generales, el juicio imparcial le es favorable por amplio
margen. Pero el reordenamiento financiero no es tarea de un hombre ni para un
período, (aunque casi rompe con esta regla)”. Para
seguir sosteniendo que: “Puede el doctor
Vergara volver tranquilo al seno de sus conciudadanos y reintegrarse a la vida
cívica con plena satisfacción del deber cumplido. Ha presidido un gobierno
honesto, progresista, respetuoso de las leyes y de los derechos consagrados por
ellas. Durante su transcurso, la justicia ha actuado con la plenitud de sus
fueros, mientras la policía cumplía celosamente su misión tutelar para la vida y
hacienda de todos los habitantes del estado. Hasta él y sus colaboradores
llegará hoy el eco de un sentimiento de adhesión general por cuanto sirvieron a
su pueblo con patriotismo y lograron acrecentar su progreso dentro del orden
político y normalidad financiera”.
Dejando
atrás el gobierno de la provincia el doctor Vergara y su esposa, Aurora
González, se retiraron a la tranquilidad de su hogar, alejándose de toda
actividad vinculada con la política, dando un elevado ejemplo de civismo,
plasmando a su vez, esa personalidad sencilla, humilde, reacia al boato del
poder y despreocupada, singularmente, por la figuración. No aspiró, previo a la
culminación de su mandato a ningún escaño legislativo que le otorgara seguridad
política, y finalizar su mandato,
no hizo ninguna gestión que lo posicionara para ocupar algún cargo en el
gobierno del doctor Yrigoyen; más aún, ni siquiera aspiró a sentarse en el
sillón de la presidencia del radicalismo, para lo que acreditaba suficientes
pergaminos.
Se
volvió a su Entre Ríos natal. A la provincia que lo vio nacer y que lo vio
partir de muy joven, la que le pudo dar las primeras letras y la que recibía,
ahora, como su hijo dilecto.
Luego de
un viaje de descanso al Paraguay, que realizó junto con su familia, se trasladó
a Diamante, su ciudad, para instalarse allí en su casa, en compañía de las
personas que Vergara amaba.
Según la
crónica periodística, durante una cacería realizada en esa misma localidad, a
Vergara le sobrevino una neumonía de la cual no se pudo recuperar, falleciendo
el día 22 de setiembre de 1930 a las ocho y treinta horas, a los 51 años de
edad.
Su
muerte provocó una conmoción muy grande en la población argentina, que hasta
hacía pocos meses lo contaba como gobernador del primer estado. Y a pesar de su
origen político y del reciente gobierno militar usurpador instalado en el país,
a causa de su muerte la bandera nacional estuvo izada a media asta durante los
cinco días que duró el duelo. Su cuerpo fue traído de Diamante a Buenos Aires en
tren, y en la estación Retiro lo recibió una muchedumbre que lloraba la
desaparición de un político de vital relevancia en la política argentina, en
general, y de la provincia de Buenos Aires, en particular.
Los ecos
periodísticos por la muerte de Vergara fueron muchos y el diario platense del 23
de setiembre de 1930 lo recordaba así: “Hace poco más de cuatro meses, el pueblo de
La Plata saludaba con muestras de afectuosa simpatía al ciudadano doctor
Valentín Vergara que terminaba su período constitucional de gobierno en Buenos
Aires. Testimoniaba así su justa adhesión al mandatario que había cumplido
honestamente con su deber y se retiraba en medio de manifestaciones de sincero
reconocimiento por la fecunda obra realizada. Muy lejos del espíritu de todos la
idea de un desenlace fatal como el que hoy lamentamos. Habíamos visto al doctor
Vergara mantenerse fuerte y activo en el desempeño de la más alta función de
gobierno, sin dejarla un sólo día, sin abandonar, sino por rara excepción, la
ciudad capital de la provincia, donde se radicara desde la primera hora del
período que le tocó cumplir. Nada hacía sospechar un quebranto en su salud,
descontándose en cambio, nuevos y destacados destinos para su figura prestigiosa
ya antes de ascender a la primera magistratura de Buenos Aires y consagrada en
el desempeño de ésta, como uno de los más positivos valores dentro del
radicalismo nacional”. Para seguir recordando: “Puede decirse pues, con verdad, que el país
experimenta una sensible pérdida, restándose uno de los valores más positivos
que se han perfilado en el escenario nacional.
Cumplió
su labor de gobernante en hora difícil para la provincia de Buenos Aires y para
el partido que lo llevó al poder. La crisis que se precipitó en estos últimos
días, dando origen al movimiento revolucionario del 6 del corriente, comenzaba
ya a acentuarse. En medio de tal estado de las cosas, puede asegurarse que la
acción prudente del doctor Vergara, sirvió para atenuar los males que venían
experimentándose con grave riesgo para la economía de la provincia, logrando en
cambio, restaurar el crédito de ésta, ofreciendo un ejemplo de corrección
administrativa que desde hacía varios años no nos era dado registrar entre
nosotros.
Dentro
de la relatividad de sus recursos y considerando la lucha que debió sostener
frente a la legislatura poco dispuesta a colaborar en una labor de orden, logró
el doctor Valentín Vergara, imponer normas de buen gobierno que parecían
definitivamente olvidadas. Mantuvo, además, el prestigio de su investidura,
defendiéndose de toda presión exterior y demostrando la independencia necesaria
para quien es llevado por su pueblo a la función representativa de más alta
responsabilidad. Así pudo decirse de él, con verdad, que supo ser el gobernador
por excelencia antes que su excelencia el gobernador.
Ofreció
el ejemplo, raro entre nosotros, de gobernar dentro de la provincia y para la
provincia
Estableció
la sede real de sus funciones en la capital del estado. Aquí se ventilaban todos
los asuntos administrativos y políticos vinculados a su gestión y no admitió
jamás una declinación de esa norma que se fijara como inflexible para sí mismo.
De ahí que su nombre y su figura, llegó a se popular en La Plata, a cuyas
actividades de toda índole se vinculó afectuosamente como funcionario y como
ciudadano.
La obra
administrativa del Dr. Valentín Vergara está demasiado fresca en el espíritu de
todos para sea necesario recordarla.
Podemos
sintetizar el concepto de la misma, diciendo que aseguró la libertad electoral
dentro del territorio de la provincia, presidiendo los comicios limpios; inició
una era de saneamiento financiero acrecentando recursos, sujetando el aumento
desmedido de los gastos, afirmando el crédito del estado merced al fiel
cumplimiento de los compromisos contraídos por él mismo y desarrolló un vasto y
benéfico plan de obras públicas cuyas ventajas se experimentan
ampliamente”.
6-
Conclusión
En fin,
se puede concluir que el doctor Vergara en el gobierno se caracterizó por su
responsabilidad, su criterio, su equilibrio, su eficacia, su abnegado patriotismo. En las formas siempre fue
un caballero cabal; de buenos modos y trato agradable; mesurado, prudente y
sereno, pudo establecer sólidos vínculos con la sociedad platense que lo cobijó
y de la que se ganó su respeto.
Quizás
podamos terminar estas páginas, si se nos permite la licencia histórica,
afirmando que Vergara murió de tristeza; murió con el golpe del 6 de setiembre
de 1930; murió al ver al radicalismo arrodillado ante mil cadetes; murió al ver
a su viejo y terco líder embarcado rumbo a Martín García; murió al ver
sepultadas las esperanzas de millones de compatriotas quienes, habiéndose
sentido representados por la Unión Cívica Radical, se quedaron solos.
Lo
cierto que hoy, a fines del siglo XX, con casi siete décadas de posterioridad, y
a pesar de que Vergara es casi un desconocido, aún en su propia provincia, su
ejemplo cívico se puede transformar en fuente de referencia para los bonaerenses
los que, conociendo conductas como las de Vergara pueden marcar el correcto
rumbo hacia el siglo XXI.
7- Anexo
documental:
- Intervención del Señor Diputado Nacional por
la Provincia de Buenos Aires, doctor Valentín Vergara, en la sesión de la
Honorable Cámara de Diputados de la Nación del día 13 de noviembre de 1919 a
propósito del pedido de juicio político formulado por la oposición contra el
Presidente Hipólito Yrigoyen.
Dip.
Valentín Vergara: “El
debate al que asistimos nos ha alejado de nuestra tarea ordinaria, impidiendo a
la Cámara sancionar leyes que el país reclama con toda
urgencia.
No
obstante la responsabilidad en que incurrimos con la falta de sanción de las
mismas yo, como hombre perteneciente a un partido político al cual he
pertenecido desde mi niñez y al que le he dado mis mejores entusiasmos y todas
mis energías, he visto complacido la iniciación de este debate porque en él se
han formulado los cargos a la Unión Cívica Radical y al gobierno surgido de sus
filas, que era necesario rectificar en una amplia y serena
discusión.
Desde
luego, debo decir con entera sinceridad que hay exageración en los cargos que se
han formulado. La Unión Cívica Radical no es acreedora a un solo término
despectivo de parte de sus adversarios más apasionados, ni el gobierno radical
ha cometido hechos, transgresiones, crímenes o delitos que lo hagan comparecer
ante los estrados de la justicia, formulando contra él juicio más extraordinario
que ha establecido la Constitución Nacional, juicio que no ha sido entablado
hasta el presente en toda nuestra vida institucional, ni aún por las oposiciones
más bravas frente a los gobiernos de hecho. Tampoco se ha usado este recurso en
los Estados Unidos sino una sola vez, en el caso del Presidente Johnson, por
altos crímenes y delitos, a mérito de los cuales fue acusado como lo establece
la Constitución de aquel país.
La Unión
Cívica Radical no ha ido al gobierno como a un festín a repartir posiciones o
empleos públicos. Ha ido con un criterio eminentemente nacionalista a realizar
una obra de reconstrucción, sin odios y sin pasiones para nadie, sin desalojos
definitivos, porque sin entrar en pactos o en contubernios de ninguna
naturaleza, que son incompatibles con la tradición cívica, sabe que el gobierno
es para todos los argentinos, sin otra condición que la honradez y la
idoneidad.
El señor
diputado por la provincia de Buenos Aires, doctor Demaría, decía ayer, en esta
Cámara, que el partido radical era un partido personalista, formulando así los
cargos que vienen repitiendo con harta frecuencia y que es menester rectificar
en la forma más contundente, a la luz de los hechos y de los antecedentes que
voy a mencionar.
Se
confunden tal vez, señor Presidente, con lo que han sido todos los partidos
políticos a través de nuestra agitada y accidentada historia. Todos ellos han
sido personales. Eso lo saben los señores diputados que han estudiado toda
nuestra vida pública, que han estudiado los partidos políticos desde su origen y
los han seguido a través de sus vicisitudes; y muchos de ellos cuando hablan en
esta Cámara lo hacen no sólo por sus lecturas, sino por los propios prestigios
que les da su actuación personal dentro de los sucesos que se han
desarrollado.
No se
concebían antes, señor Presidente, un partido político, ni causa, ni ideas, ni
patria, ni se quiere, que no estuviera identificado y confundido con la persona
misma del caudillo, del hombre necesario. El hombre, que donde hay instituciones
consolidadas, permanentes y vivaces, no es nada más que un mero accidente, era
antes, señor Presidente, un factor indispensable, era un elemento
necesario.
El mismo
señor Presidente del Partido Autonomista Nacional, que ha desaparecido, el
Doctor Carlos Pellegrini, en una oportunidad lo presentaba en la siguiente
forma, que voy a leer. Decía el Dr. Pellegrini: “Llega el Partido Autonomista Nacional al
final de su jornada, vencido y agobiado. La escuela de la obediencia pasiva,
armada con el poder oficial, es la que ha triunfado, pero el partido político ha
desaparecido. En las provincias como en la Nación se ha simplificado todo el
mecanismo, suprimiendo todos sus órganos, para ser reemplazado por una cabeza
única que piensa, por un solo elector que elige, por una sola voz que ordena: el
Presidente de la República”. Era, pues, señor Presidente, un partido
personalista. No tenía otro jefe que no fuera el Presidente de la
República.
La Unión
Cívica Radical, en cambio, señor Presidente, no es un partido personalista; no
se ha constituído momentáneamente para ninguna campaña electoral. A través de su
larga historia ha afrontado la lucha en todos los campos, llevando a su frente a
los más dignos y a los más capaces; pero cuando ellos han desaparecido, aún
cuando se trate del mismo tribuno Leandro Alem, que le diera origen, el partido
ha sobrevivido y ha podido marchar adelante, con su bandera impersonal y
regeneradora.
Ayer
también el señor diputado Demaría nos hablaba que no conocía la carta orgánica
del partido radical. Y yo lo creo, señor Presidente, porque dentro de su
sinceridad, no podía decir que el partido radical fuera un partido personal, si
él conociera la carta orgánica firmada por el Dr. Alem, firmada por esa misma
personalidad que con tanta justicia elogiaba.
Y
conviene, señor Presidente, fijar ciertos hechos y ciertos antecedentes a través
del desarrollo histórico de la Unión Cívica Radical, para dejar constancia de
que los más grandes progresos institucionales que hoy ostenta la República se
deben a nuestro partido. Debido a su acción permanente y constante, el voto ha
dejado de ser un comercio venal, como era antes, y ha dejado de ser el comicio
una parodia burlesca.
El
doctor Demaría decía en la sesión de ayer que la historia del partido radical
podía dividirse en dos grandes periodos: el que correspondía como jefe al doctor
Alem y el que le correspondió después al doctor Yrigoyen. Yo no estoy de acuerdo
con semejante división. Desde luego no hay Unión Cívica Radical del doctor Alem,
como no hay Unión Cívica Radical o partido radical del doctor Yrigoyen. La
división que puede hacerse en la historia del radicalismo argentino es otra bien
distinta y es conveniente que quede constancia de ella.
El
primer período va desde la fundación, en 1889, desde que esa juventud valiente y
brillante de la Capital Federal lanzara el primer grito de protesta en el Jardín
Florida, hasta la política llamada de la conciliación o de las paralelas en
1897. El segundo período se extiende desde 1897 hasta 1912, y es el período de
la abstención, de la intransigencia, de la revolución. Y por último, el tercer
período, en el que la Unión Cívica Radical, contando ya con las garantías que le
proporcionaban las leyes electorales actuales y las promesas del doctor Roque
Sáenz peña, abandonaba la revolución para afrontar las luchas
electorales.
No es el
caso, ni mucho menos, de estudiar todos estos períodos la detención debida,
porque sería dar a este debate proporciones inusitadas. Pero he de citar algunos
hechos fundamentales para poder comprobar, en primer lugar que la política
seguida por el partido radical no ha sido nunca ni es personalista, y en segundo
término para demostrar que los hombres que han actuado al frente del partido
jamás hubieran aceptado una jefatura única, en esa forma incondicional a que se
ha hecho referencia en la Cámara.
En el
primer período, señor Presidente, la Unión Cívica sufre un desgarramiento a raíz
de la candidatura del general Mitre a la Presidencia de la República con la
política del acuerdo: se produce entonces la división de la Unión Cívica en
Unión Cívica Radical y Unión Cívica nacional. Por eso no estoy de acuerdo con el
doctor Demaría, cuando decía que la Unión Cívica Radical nada tiene que hacer en
el movimiento del 90. La Unión Cívica Radical es una rama de la Unión Cívica, la
más vigorosa, porque se formaron en ella, con Alem a la cabeza, las primeras
personalidades que habían actuado en la revolución del 90.
Con
posterioridad a ese desgarramiento sufrido por la Unión Cívica se realizaron
actos hechos que son bien conocidos, como la revolución que la Unión Cívica
Radical realiza en el país, y sobre todo en la provincia de Buenos Aires, que es
la revolución más popular y más importante de que se tenga memoria, por cuanto
en el intervalo de cuarenta y ocho horas se sublevaron más de cien pueblos de la
provincia como respondiendo a una sola aspiración y a un solo anhelo, que eran
los ideales del partido.
El
segundo desgarramiento lo sufre el partido radical en 1897 con motivo de la
política de la conciliación, de las paralelas, y este es un hecho, señor
Presidente, que es conveniente que quede bien aclarado en esta
Cámara.
Hubo un
deseo y una aspiración entre los dirigentes de la Unión Cívica Nacional y la
Unión Cívica Radical de las provincias y de la Capital Federal, de reconstruir
la antigua Unión Cívica con el propósito de sostener una candidatura a la
Presidencia de la República, frente a la del general Julio A.
Roca.
Invitado
el radicalismo de la provincia de Buenos Aires a formar en esa política de
conciliación se opuso tenazmente, y se opuso a ello porque dejó claramente
demostrado que no había garantías electorales y que ir en ese momento a la
elección implicaba una derrota y justificar con la propia presencia de la
legalidad del sistema y del régimen que estaba combatiendo. Y esta actitud bien
definida y bien franca de la Unión Cívica Radical de Buenos Aires, Puede decirse
que era una política personalista del Dr. Hipólito Yrigoyen? No, y mil veces no.
Es cierto que los convencionales del resto del país habían aceptado esa
política. Yo respeto a muchos de los que se adhirieron y que lo hicieron con la
más completa buena fe y creyendo que iban a contar con garantías en los
comicios; pero no admito que al dar este ejemplo la Unión Cívica Radical de la
provincia de Buenos Aires, se diga que fue obedeciendo únicamente las
inspiraciones del Dr. Hipólito Yrigoyen; para ello no habría más que leer la
proclama que la Unión Cívica Radical de Buenos Aires lanzó a la faz de todo el
país, suscripta por eminentes personalidades, a cuyo frente, es cierto, está el
Dr. Hipólito Yrigoyen, y siguen después: José ocampo, Leonardo Pereyra, José
Gregorio Verdier, Juan Martín de la Serna, Angel T. de Alvear, Manuel A. Ocampo,
Eufemio Uballes, Francisco Ayerza, Tomás Le Bretón, José de Apellaniz, etcétera,
etcétera, ¿ puede, por un momento atribuirse una política personalista a este
acto culminante de la Unión Cívica Radical? ¿Puede decirse, acaso, que todas
estas personalidades podían marchar a remolque bajo la inspiración o bajo la
imposición de un solo hombre? Es lo que yo niego, señor
Presidente.
La Unión
Cívica Radical no es un partido personalista; es un partido que tiene una
política y una tendencia bien definidas, no ha hecho pacto en ningún momento de
su trayectoria cívica, y no ha admitido contubernios en ninguna forma con los
hombres que estaba combatiendo. Y esta no fue una posición del Dr. Hipólito
Yrigoyen, sino que fue una resolución firme y categórica de los hombres que han
constituído las convenciones y el Comité Nacional de las distintas épocas de
nuestra historia política.
Por esto
se ve más nítidamente si pasamos a otros acontecimientos importantes de la
política seguida por la Unión Cívica Radical.
En el
año 1904 y 1910 el partido se reorganizó ampliamente por toda la República. Se
constituyeron los comités provinciales, el nacional y la convención nacional del
partido. Era lógico que en esos años se afrontara este amplio programa de
reorganización, desde el momento en que estábamos en vísperas electorales de
renovación del poder Ejecutivo de la Nación.
En el
año 1904 el Comité Nacional, en el mes de febrero, lanzó una proclama en la que
ratificaba la política de abstención y de revolución que el partido debía
seguir, por no ofrecer tampoco en esas circunstancias, garantías electorales el
gobierno de entonces para que la Unión Cívica Radical pudiera concurrir al
comicio.
Tengo en
mis manos la proclama del Comité Nacional de febrero 29 del año 1904, lo que
equivale a decir pocos días antes de la revolución de febrero, tan acerbadamente
criticada como un motín militar o como una exclusiva del capricho del Dr.
Yrigoyen. La proclama termina con estas palabras: “En consecuencia,
manteniéndose dentro de su programa y en el rumbo que le señala el pensamiento
de su primer Presidente, el inolvidable y eminente ciudadano doctor Leandro N.
Alem, el comité nacional de la Unión Cívica Radical resuelve la abstención de
todos los radicales de la república en las elecciones de diputados de la nación,
senador por la capital, electores de presidente y vice de la nación; protesta
contra el régimen imperante, subversivo del sistema institucional y atentatorio
de la libertad cívica, y declara su propósito inquebrantable de persistir en la
lucha hasta modificar radicalmente esta situación anormal y de fuerza por los
medios que su patriotismo le inspire”. Firman este manifiesto el Dr. Molina,
José Lino Chorroarín, Vicente C. Gallo, Adolfo Mourtier, Leopoldo Melo, José de
Apellaniz, Fernando Saguier, Miguel Laurencena, etc.
Quiere
decir, señor Presidente, que todas estas firmas de personalidades tan conocidas
dentro y fuera de la Unión Cívica Radical, decían a pocos días de la revolución
de febrero que el partido radical debía abstenerse de la lucha comicial que
pronto debía producirse, y declaraba la abstención hasta conseguir la legalidad
del sufragio por todos los medios a su alcance, lo que quiere decir que estos
señores proclamaban la revolución que más tarde, a los pocos días, estalló
encabezada por el Dr. Hipólito Yrigoyen, pero no como una obra exclusiva de su
personalismo al frente del partido.
Es que
había en esa época motivos fundamentales para apelar a resoluciones extremas. No
había otro recurso, y yo para poderlo comprobar y justificar que no he de apelar
a la opinión de las personas que militan en las filas de mi partido, como las
cartas publicadas desde Montevideo por el Dr. Pedro C. Molina, dirigidas al
Presidente Quintana. No, señor Presidente; voy a mencionar a la opinión de un
hombre que ha estado siempre frente al partido radical, de un hombre que ha
tenido una actuación descollante dentro de la política del régimen, de un hombre
cuya sinceridad y talento soy el primero en reconocer; ese hombre es el doctor
Carlos Pellegrini.
En el
mes de enero de 1905, pocos días antes del movimiento de febrero, se encontraba
el doctor Pellegrini en los Estados Unidos, donde presenciaba la lucha por la
presidencia, el choque formidable entre las dos fuerzas que se disputaban el
triunfo: los partidos demócrata y republicano. Bajo la impresión de esa vida
republicana y democrática, y con la
sinceridad que digo le reconozco, el doctor Pellegrini escribía en aquellos
momentos a su país en la siguiente forma:
“En
nuestro país, el poder político reside en el gobierno; él no admite que haya
comités, ni partidos que limiten ese poder y los suprime en defensa de lo que él
llama la integridad de la autoridad. No comparte la dirección política con
nadie, porque esto -siempre según su doctrina política- afectaría su propia
autonomía. Las distintas circunscripciones de cada provincia entregan toda la
autoridad a un delegado con facultades para proceder autocráticamente, bajo la
sola condición de que no se permitirá tener candidato para puesto público
alguno, debiendo siempre hacer votar por quien designe gobernador en el
ejercicio de la integridad de su autoridad”. Y
sigue: “Los senadores y diputados no son
representantes del pueblo de las provincias, sino del gobernador y le deben
obediencia. Si alguno se insubordina, no será reelegido y perderá su puesto y
dieta; si algunos senadores se permiten reunirse privadamente para tratar de
cuestiones políticas, el hecho es denunciado como un complot: los culpables son
llamados a la presencia del gobernador y duramente amonestados; y si se
disculpan o se declaran arrepentidos pueden retirarse con alguna esperanza de
ser reelegidos.
El
gobernador saliente designa su reemplazante por sí y ante sí, como heredero
testamentario. Esto es indispensable para garantizar la continuación de su
política. Los senadores y diputados, al congreso, como los electores de
presidente, los designa el mismo
gobernador, y por esto públicamente, se refiere a mis diputados, mis senadores,
mis electores, y los negocia cuando trata alguna combinación
política”.
Podría
seguir, pero no quiero fatigar la atención de la Honorable Cámara. Todo esto
podemos decirlo nosotros, pero no hay órgano más autorizado que el doctor Carlos
Pellegrini. Y yo pregunto: si la Unión Cívica Radical había dicho en su proclama
de 1905 que no iría a los comicios si no se ofrecían garantías electorales y que
trataría por todos los medios de conseguir que esas garantías se establecieran
en el país ¿qué otro recurso quedaba a ese partido popular, en presencia de
estas manifestaciones de Pellegrini? ¿Ir al escenario de las provincias a elegir
electores con un gobernador que avasallaba y subordinaba bajo su imperio a todas
las voluntades? No, señor; de manera que la Unión Cívica Radical se lanzó en esa
emergencia a realizar este movimiento, obligada por las mismas circunstancias y
no porque fuera un partido revolucionario. La prueba la tenemos en que cuando en
el año 1912 el Presidente Sáenz Peña, que tenía la noción clara de un hombre de
estado, quiso desarmar la oposición formidable que rodeaba, auspició ante el
Congreso de la Nación las reformas de las leyes electorales bajo la base de la
doctrinización del comicio, del voto secreto y de la lista incompleta, ese mismo
partido, que hasta ayer había ido a la revolución, fue a los comicios en los
distintos escenarios que se abrían bajo esas garantías en el territorio de la
República; y así a los pocos meses concurrió a las elecciones de Salta, en
Córdoba y en otras provincias, disputando gallardamente con sus inmensas
mayorías, en los atrios, en el gobierno de esas provincias; y más tarde, para
qué decirlo, concurrió a la gran jornada cívica de 1916.
Dicho
esto manifestaré que no he alcanzado a ver en una forma nítida cuál es la
verdadera finalidad de este debate.
Me gusta
concretar mi pensamiento para ir a
lo que es elemental y básico en la discusión. He hecho estas argumentaciones
referentes a la Unión Cívica Radical porque he creído injustos los cargos que se
han formulado, por otra parte, por ser diputado de la provincia de Buenos Aires,
cuyo radicalismo creo que es el que más gallardamente ha sostenido su programa a
través de toda la abstención y de todos los períodos difíciles porque ha pasado
el partido.
Pero he
de tomar algunos hechos aislados
para poder refutarlos. El pensamiento que se me ocurre que dentro del debate
debe preocuparnos ahora, es el que se refiere al juicio político formulado
contra el Presidente de la República.
El señor
diputado por la provincia de Buenos Aires, doctor Sánchez Sorondo, en la sesión
pasada presentó en forma verbal los cargos que a su entender son suficientes
para formar juicio, de acuerdo con el art. 45 de la Constitución, al Presidente
de la República.
…Entre
los cargos formulados, algunos han sido ya materia de debates anteriores. La
Cámara los ha oído en forma amplia; pero otros cargos, en cambio, no han sido
todavía dilucidados en esta Cámara, y de ellos me he de ocupar preferentemente.
Entre los primeros figuran aquellos del traslado del oro, del negocio, del cargo
administrativo que representa.
Aqu{y se
ha dicho en esta Cámara, cuando se consideró este asunto, que se trataba de una
operación brillante de parte de muchos señores diputados; era una operación al
firme y se sustraía al gobierno de la especulación siempre peligrosa de los
cambios, para establecer una comisión real, efectiva y segura, cualesquiera que
fueran las emergencias y las dificultades que pudiera traer el traslado material
del metal que se encontraba en la legación de Londres, a través de países que se
encontraban en guerra y que no ofrecían ninguna seguridad en ese
momento.
Podrán
los señores diputados del sector de la derecha tener una opinión contraria, pero
se puede asegurar que durante ese largo debate no ha quedado probado, ni mucho
menos, que se tratara de un asunto sucio, de un asunto turbio en que pudiera
haberse comprometido en lo más mínimo la dignidad del
gobierno.
Yo mismo
tuve oportunidad de tomar parte en ese debate, conocía los hechos en su propia
esencia, tenía en mi poder las distintas operaciones cambiarias que se habían
realizado, podrían los banqueros haber obtenido ganancias de más o menos
consideración o podrían haber perdido iguales sumas, si en esos momentos se
hubiera cambiado la situación monetaria de las plazas, si se hubiera modificado
el tipo del cambio entre Madrid y Nueva York o las otras plazas entre las cuales
se hacían las operaciones. De manera que era ésta para mí una de las tantas
operaciones corrientes.
No
quiero entrar en mayores detalles porque pienso que este no es un cargo, no es
uno de los delitos o crímenes de que la Constitución Nacional habla para que
pueda ser viable un juicio político al primer magistrado de la
República.
En los Estados Unidos cuando se planteó un
caso de juicio político que es el único que se conoce, el iniciado contra el
presidente Johnson, fue por altos crímenes y delitos acusado ante la Cámara de
Diputados, y el Senado tembló antes de dar su fallo, porque sabía que un juicio
de esa naturaleza está destinado a producir hondas perturbaciones en el
mecanismo político, social y económico de un país, y que sólo puede usarse de él
en condiciones muy excepcionales, y la prueba evidente es que nosotros hasta el
día de hoy no lo hemos tenido. No hay oposición que se haya atrevido a
iniciarlo.
Se ha
hecho también el cargo de las intervenciones. Se ha dicho que el Presidente de
la República no respeta las autonomías de las provincias, que ellas van
convirtiéndose en territorios federales, sin legislaturas, sin gobernadores, sin
presupuestos, etc., que todo lo dispone arbitrariamente el Presidente de la
República.
A mí,
señores diputados, me gusta estudiar estos asuntos más bien con un criterio de
derecho que de hecho, con un criterio institucional porque es el que perdura, es
el que hace la ley y la jurisprudencia.
Ayer
decía el señor diputado Melo y hoy el señor diputado por Buenos Aires doctor
Sánchez Sorondo lo rectifica, que hacía falta entre nosotros una ley que
reglamentara los socorridos arts. 5° y 6° de la Constitución Nacional. Yo
encuentro razón. La reglamentación de las intervenciones es un propósito muy
anterior. Recuerdo que cuando se discutió
la intervención a la provincia de Buenos Aires, el señor doctor Moreno,
diputado por esa provincia, tocó este punto. Hizo referencia a aquella ley que
se dictó en época del Presidente Sarmiento. Esa ley establecía que no podría
decretarse ninguna intervención sin ley y que si se decretaba durante el receso,
por el Presidente d el República, debía ser aprobada más tarde por el mismo
congreso.
El
Presidente Sarmiento la vetó, y lo hizo porque eso de subordinar la conducta del
poder ejecutivo a la aprobación del congreso, lo encontraba
peligroso.
Recuerdo
sus propias palabras al vetar la ley: ¿Cómo exponerse un Presidente de la
República -decía- a una mayoría accidental en el congreso o de intereses
transitorios? ¿Cómo puede saber el Presidente si esa mayoría va a estar en favor
de las autoridades que han sido repuestas por la intervención, o va a estar en
favor de los rebeldes que han sido encarcelados y castigados? Yo temblaría -
agregaba el Presidente Sarmiento - antes de solicitar a un congreso con una
mayoría en esa forma la aprobación de un acto del poder ejecutivo de tanta
trascendencia y que tanto apasiona los espíritus.
Por eso
recomendaba, con esa sensatez, con ese juicio y con esa ilustración que siempre
demostró ese eminente argentino, recomendaba, digo, como más práctico sancionar
la ley de 1875 de los Estados Unidos porque la experiencia de aquel país había
ya puesto de manifiesto sus grandes virtudes y ventajas.
Mientras
no venga esta reglamentación entre nosotros, cualquier intervención que se
decrete por el poder ejecutivo ha de encontrar siempre algún precedente
respetable en los anales parlamentarios en qué apoyarse y en qué sustentarse.
Los sostenedores de que las intervenciones son un acto legislativo han de
encontrar antecedentes en que el congreso de la nación ha discutido el envío de
una intervención a una provincia. Los que sostienen que es un acto ejecutivo han
de encontrar reiterados casos en que todos los presidentes argentinos han
intervenido durante el receso. Más: han intervenido después del primero de mayo,
época en que el congreso ya debe estar funcionando. Y además, señor presidente,
han de encontrar precedentes en que presidentes argentinos han mandado
intervenciones a las provincias por decreto, funcionando el
congreso.
Me
detendré en este último caso, que parece fuera tan anormal.
Se
trataba de la presidencia del general Mitre, el campeón - como ha sido
presentado muchas veces en esta Cámara - de las autonomías y de las libertades
provinciales. El general Mitre intervino la provincia de Catamarca en el año
1862, por simple decreto, estando el congreso en funciones; y hasta nombró
interventor al senador Rojo, quien se presentó al Senado pidiendo autorización
para aceptar el cargo de interventor cuando el Senado n tenía todavía ni noticia
de que el Presidente de la República había intervenido la provincia de
Catamarca.
Se dice,
también, que las intervenciones han ido en estos casos a requisición de las
autoridades constituídas. Pero tenemos el caso de la intervención a la provincia
de Buenos Aires decretada durante el interinato de Uriburu, que ocupaba
accidentalmente la Presidencia de la República por ausencia del titular, general
Roca y del Vicepresidente doctor Quirno Costa, decreto que lleva la firma de
hombres de autoridad innegable en materia constitucional, como el doctor Joaquín
V. González. Y esa intervención fue decretada por pedidos que aisladamente
hicieron algunos legisladores de la provincia, ya al gobierno, ya al congreso. Y
se dice entre los fundamentos para la intervención que no se precisa la
requisición de las autoridades constituídas y que durante el receso el verdadero
gobierno federal es el poder ejecutivo.
Yo no
estoy con unas ni con otras doctrinas, yo no sé quién está en la verdad, yo no
sé si el gobierno federal de que habla el art. 6° es una entidad abstracta que
para manifestarse necesita del órgano de todos sus poderes o si basta un sólo
poder. Yo no entro a ese terreno escabroso, pero sí he de decir que si se ataca
actualmente la intervención a las provincias de San Juan y Santiago del Estero y
se pretende por ello formular un cargo como para sustentar el juicio político,
yo los invito a los señores diputados a que reflexionen sobre los casos que
acabo de mencionar, que son mucho más extremos, y que serían mucho más
objetables y contra los que no se levantó en aquella época ninguna voz en el
congreso. Y no hago exclusión del caso del general Mitre en 1862, cuando
intervino la provincia de Catamarca, en pleno funcionamiento del congreso; de
esas dos grandes mentalidades argentinas, Rawson y Elizalde, que se sentaban en
el congreso, ninguna de ellas tuvo una sola palabra de protesta contra el acto
realizado por el poder ejecutivo.
Después
de todo lo que se ha dicho y hecho en materia de intervenciones, se desprende
que se ha intervenido siempre a las provincias argentinas con un criterio
eminentemente circunstancial y partidista, y de ahí la necesidad impostergable
de dictar una ley que reglamente el derecho de parte de las autoridades
nacionales o del gobierno federal y que establezca, con toda precisión, los
casos en que se debe intervenir. La ausencia de esta ley se nota ya desde allá
por el año 1869, puede decirse, año en que se realizaba en el parlamento
argentino una de las discusiones más luminosas de que haya mención en nuestros
anales parlamentarios. Se discutía en el congreso en esa época, si el derecho de
intervenir era facultad legislativa o meramente ejecutiva. Pensadores eminentes
de aquel entonces, tomaron parte en ese debate; y puede decirse, señor
Presidente, con entera honradez intelectual, que no se sabe cuál de as opiniones
fue la que triunfó en aquella emergencia.
Creo, señor Presidente, que
los cargos más importantes que se han formulado en el curso de este debate para
acusar al Presidente de la República han quedado completamente desvanecidos. No
hay tales fundamentos para la acusación y, por lo tanto, pienso que este juicio
no pudo haber prosperado ni tomarse en cuenta por falta absoluta de fundamentos
legales que lo inspiran.
Nada
más”. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos.)