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YRIGOYEN Y EL
SINDICALISMO
por Esteban Luis
Crevari¨
El análisis de las
relaciones políticas establecidas entre Hipólito Yrigoyen y el universo de
sectores que conformaban al sindicalismo de su época exige, a mi juicio, una
interpretación que no puede circunscribirse de un modo estricto a reduccionismos
bipolares. Los orígenes de la democracia de masas de la Argentina son
coincidentes con una serie de fenómenos internos y externos que confluyeron en
un desarrollo vertiginoso de la movilización social y la participación política
de la sociedad argentina.
Mucho se ha escrito en
derredor a esta cuestión. Dejando de lado a formulaciones inspiradas en visiones
estrictamente subjetivas, particularistas o maniqueas, considero que resulta más
apropiado incurrir en un abordaje multisectorial y consecuentemente multipolar,
donde la Unión Cívica Radical se erige, para la época, en el centro de la escena
política con marchas y contramarchas, como un actor esencial para llevar a cabo
la misión fundacional y reparadora de un nuevo modo de concebir a lo político:
una democracia incluyente y con más contenido
participativo.
Desde esta concepción,
considero que el análisis del pensamiento y la acción de Hipólito Yrigoyen
frente a la cuestión sindical no puede quedar acotado en cuestiones de estricta
índole bilateral. Considerar al arco ideológico del sistema político argentino
de aquellos años de este modo, significa incurrir en una visión sesgada de la
realidad.
Resulta más apropiado
entender a la dinámica política nacional de aquellos años atravesada por una
polarización lo suficientemente aguda como para poder distinguir la presencia de
fuerzas o movimientos políticos y sociales extremos que determinaron una
polarización de naturaleza centrífuga. A la izquierda de dicho abanico es
posible ubicar con diferentes matices a las diferentes expresiones sindicales,
con o sin correlato partidario directo. A la derecha del mismo, a diferentes
segmentos, fundamentalmente oligárquicos, que caracterizados por su mayor o
menor nivel de articulación política se diferenciaban por cuestiones de
romanticismo conservador o autoritarismo reaccionario.
Es por ello que para poder
efectuar una aproximación interpretativa de la historia, se intentarán delinear
las características de los sectores que tanto por izquierda, como por derecha,
presionaron a los sucesivos gobiernos de la Unión Cívica Radical en general, y a
la acción política de Hipólito Yrigoyen en particular. Dichos polos no pueden
ser entendidos de un modo absoluto, sino relativo, dado que el nivel de
diferenciación intrasectorial en la morfología de ambos, hace más apropiado
entenderlos a partir de su heterogeneidad parcial y sus numerosos puntos de
contacto; tanto coyunturales como de convergencia estratégica, tanto en su
relaciones internas como en sus aproximaciones o diferenciaciones para con el
radicalismo.
La
derecha
a)
El papel de ciertos
intelectuales en la articulación del pensamiento
autoritario:
A comienzos del siglo XX un
grupo de escritores e intelectuales más o menos vinculados con el pensamiento de
sectores semejantes de diversos países latinoamericanos, comienzan a reflexionar
acerca del nuevo curso del sistema político argentino. Si se tuviese que
establecer un común denominador sectorial, se podría afirmar que el punto de
convergencia entre ellos radicaba en un profundo antiliberalismo junto a la
reafirmación de valores tradicionalistas vigentes en las primeras décadas de la
segunda mitad del siglo XIX. A las críticas, en diferente grado, del proceso de
secularización del Estado, se sumaba un fuerte rechazo al proceso inmigratorio,
lo que oficiaría posteriormente como insumo para la sanción de la ley de
Residencia, tendiente a frenar la sindicalización obrera motorizada por
delegados o líderes fundamentalmente de origen extranjero. Lo nacional
representaba un ámbito de contraste a todo aquello definido como
foráneo.
Estos intelectuales, en su
mayoría, eran miembros de las oligarquías regionales que se consideraban
desplazados del centro de la escena política. Consecuente a la cierta influencia
del pensamiento evolucionista spenceriano, típico del positivismo
latinoamericano, se reivindicaba en una primera fase, a la raíz hispánica como
expresión genuina de "lo nacional", excluyendo y aborreciendo todo aquello
vinculado con "lo indígena", entendido como sinónimo de atraso o barbarie.
Diferentes obras latinoamericanas dan testimonio de la evolución de dicha
concepción.
El argentino Carlos Octavio
Bunge, en su Nuestra América (1903), planteaba que "las razas son la
clave. Luego vendrían los climas. Luego, la historia. Todo se complementa; pero
la sangre, la herencia psicológica, es el principio de los hechos..."[1].
Para dicho autor, los españoles de América no eran una raza pura sino
"europeos mestizados, indigenados, amulatados"; el "genio de la
raza" era el producto de tres características fundamentales: la arrogancia
(de origen español), la tristeza y la pereza (de origen indio).
El brasileño Euclides da
Cunha (1902), por su parte, expresaba que el mestizo era psicológicamente
inestable y degenerado, retrocediendo siempre hacia la raza primitiva, "una
víctima de la fatalidad de las leyes biológicas".
Pero este profundo desprecio
hacia lo indígena, junto al particular optimismo propio de la europeización del
continente, se iría transformando gradualmente. Un nuevo desprecio racial; esta
vez dirigido hacia el fenómeno de la inmigración europea, como responsable de la
crisis social, junto a un cierto rechazo hacia Estados Unidos formaría parte de
este enfoque global, que en muchos casos se caracterizaría por el desprecio al
modelo de democracia americana.
El Ariel, del uruguayo
José Enrique Rodó, si bien da cuenta de un reconocimiento a la cuestión
latinoamericanista, por la relativa ambigüedad de su enfoque y por el carácter
vertiginoso de la época, en relación al mundo de las ideas, dio lugar a que
personalidades políticas de diferente expresión terminaran afirmando su
contenido; algunos de ellos, como el peruano José de la Riva Agüero,
finalizarían abogando por el fascismo italiano o modelos de tipo corporativos.
En otros casos, dicha obra se insertaría en el ideario de expresiones populares
y nacionales de raigambre democrática, como en el caso del argentino Ricardo
Rojas. El caso de Lugones, por su parte, merece ser mencionado de modo
específico.
b)
La doble
tensión.
Dentro de este contexto, es
posible ubicar a diferentes expresiones que, desde lo político, convergían con
los sectores previamente citados en una profusa y férrea oposición a Hipólito
Yrigoyen, quien era señalado como un hombre simple, ausente de toda consistencia
programática,en algunos casos, o representante local del comunismo, en
otros.
Tal como lo señala Hebe
Clementi[2],
Julio Irastuza expresaba de Yrigoyen: "Su ideario era muy vago, de una
reacción contra la deshonestidad administrativa y el incumplimiento del régimen
representativo...".
Mariano Bosch, por su parte,
expresaba que "para Yrigoyen conspirar era una manía, lo único que sabía
hacer bien. Tenía un gran círculo que lo rodeaba y muchos admiradores más o
menos analfabetos o pillastres que no trabajaban desinteresadamente, que no
sabían de política ni de administración, ni de gobierno".[3]
Evidentemente, para estos
grupos poco valía la obra eminentemente reparadora llevada a cabo por Yrigoyen;
resultaba imperdonable el haber sido desplazados del centro del escenario
político y consecuentemente, el haber posibilitado que nuevas capas sociales se
lograran incorporar al terreno de las decisiones. En este sentido, todo lo que
devino en relación a la Reforma Universitaria de 1918 sería desdeñado o
criticado de un modo furibundo. Para la oligarquía desplazada, se hacía
intolerable soportar la pérdida del monopolio del proceso político. El carácter
plural del radicalismo, ubicaba a estos sectores de un modo casi marginal frente
a los vertiginosos cambios producidos en la realidad social argentina. Para la
visión oligárquica, la UCR protagonizaba la representación de los intereses de
aquellos sectores sociales carentes de toda capacidad para ejercer roles en el
esquema político, como la clase media urbana, empleados públicos, maestros,
profesionales y comerciantes de mediana cuantía, pequeños agricultores,
campesinos y segmentos de la clase trabajadora de una sociedad aún no
industrializada[4].
De este modo, el
yrigoyenismo como expresión política de carácter nacional y popular, fue sujeto
a constantes tensiones de carácter extremo, produciéndose una profunda asimetría
en lo que concierne a la relación de éste con diferentes actores políticos y
sociales, y la identidad que por otra parte se proyectaba entre Yrigoyen y el
pueblo.
Dicha asimetría no excluía
-por cierto- a los sectores que encarnarían "el antipersonalismo y se pondría de
manifiesto en toda su dimensión a través de la salvaje campaña que desde algunos
medios de comunicación se llevó a cabo, con el objeto de horadar la figura del
líder. En este sentido, resulta gráfico volver a citar a Clementi, en relación
al diario La Fronda, que describía al yrigoyenismo como:"electores
peludistas, cueva electoral peludista, gentualla peludista, turiferarios del
santón de la calle Brasil, saturnal pelúdica, falange de esclavos, sayones
reparadores, agrupación cuevícola, turba esclavófila...". En relación al
esquema político del líder, dicho medio expresaba: "...nuestro electorado
jamás ha dado muestras de una certera orientación política... pesa en nuestra
balanza comicial un ejército de empleados públicos superior a los de Francia, y
otro enorme ejército de aspirantes. Pesa en nuestra balanza comicial por último,
el oro de los bolcheviques rusos prodigado sin medida en nuestra campaña y
probablemente también en Salta, Tucumán y Santa Fe... las misiones soviéticas
que desde hace tiempo realizan entre nosotros su propaganda yrigoyenista y
comunista..."[5]
c)
La Hora de la
Espada.
En la evolución del
pensamiento de Lugones es posible advertir una transición hacia el modelo
autoritario. Si bien en sus comienzos celebra la Revolución Rusa con entusiasmo,
no recibiría del mismo modo a la Reforma Universitaria de 1918, la que forma
parte de sus temores en relación a la amenaza del desborde social, y su rechazo
a la movilización y la participación activa de las masas.
A partir de 1922 y frente a
la búsqueda de nuevas alternativas políticas, Lugones desarrolla una concepción
más articulada, caracterizada por lo que denominó la doble amenaza: a) las
ideologías foráneas (anarquismo, comunismo, socialismo); b) la reforma electoral
que posibilitó un desborde de los sectores populares, y que lo ubica frente al
sistema democrático con un profundo descreimiento.
En 1923 lleva a cabo una
conferencia en el Teatro Coliseo, donde describe al país como deteriorado e
invadido. Plantea la vigencia de una profunda "crisis moral". El amor por la
patria exigía derrotar a todo aquello asociado con lo extranjerizante, y para
ello consideraba necesario "limpiar" al país de toda inmigración, mediante la
expulsión de los extranjeros. En esta etapa es posible apreciar numerosos puntos
de contacto con el modelo italiano de Benito Mussolini, o el de Primo de Rivera
en España, los cuales podrían resultar modelos dignos de emulación. Del mismo
modo afirma que es preciso acabar con las escuelas de comunidad; es decir
aquellas relacionadas con las colectividades italianas, españolas, judías,
etc.
En 1924, en un discurso
ofrecido en Perú, en la localidad de Ayacucho, formula su célebre discurso de la
"hora de la espada", donde las Fuerzas Armadas debían ejecutar la tarea de
limpieza social y reencauce moral. Dicho antecedente resultaría un antecedente
básico en la posterior irrupción de la lógica golpista en nuestro país. Su
rechazo visceral hacia el sistema democrático, al que entendía como no apto para
la cultura política y social latinoamericana, lo lleva a proponer una reforma
constitucional que pusiera férreos limites a la participación popular, junto a
la abolición de los partidos políticos. En este contexto ideológico, resulta
lógico comprender porqué Yrigoyen protagonizaba la personificación de todos los
males.
Su anhelo se encuadraba en
la reinstalación del Cabildo como ámbito específico para una representación de
tipo restringida, y como modo genuino para la abolición del Parlamento. Pero a
pesar de ello no resulta preciso ubicarlo en una concepción de tipo
colonialista, sino en todo caso en un modelo corporativo en el cual el Estado
sería la expresión directa de los intereses de determinados sectores sociales,
ligados a los más puros aspectos de la "argentinidad".
d)
La
xenofobia
La Liga Patriótica Argentina, constituida por miembros del Jockey Club, Club del Progreso y motorizada por Monseñor D’Andrea, se definiría como claramente antiyrigoyenista. Su primer presidente Manuel Carlés[6], integraría junto a Domenecq el gobierno de Alvear, poniendo de manifiesto la profunda crisis que dividiría al radicalismo gobernante. En 1928 se crea un órgano periodístico: La Nueva República, donde se reúnen los más rancios exponentes del ideario antidemocrático y desde donde se llevaría a cabo una acción esencial para promover el golpe de 1930. Desde allí se propone la vigencia de un régimen corporativo (Fuerzas Armadas, Iglesia, Universidad) que sustituya al esquema político radical de Yrigoyen considerado como débil, demagógico y corrupto. En su declaración de principios, ataca la democracia y respalda el advenimiento de un gobierno fuerte. Se definen como católicos y continuadores de la tradición hispánica; detractan toda herencia propia de la Revolución Francesa. Convergen en sus ideales con otras expresiones como la revista Criterio (1928), la Liga Republicana, etc.
La
izquierda
a) Orígenes
y desarrollo del movimiento obrero
Utilizando
la definición de Ricardo Falcón, "empleamos el término izquierdas para
denominar a un conjunto de movimientos políticos expositores de ideologías que
globalmente podríamos denominar de contestación social, o si se quiere
anticapitalistas".[7]
Entre
1853 y 1930, seis millones de europeos se habían radicado en el país,
fundamentalmente como fuerza de trabajo rural y del incipiente desarrollo
industrial y comercial. La inmigración, como factor de un vasto entrecruzamiento
en materia de identidades, y por ende, de una secularización cultural
consecuente con el proceso de modernización, generó un desdibujamiento
progresivo de los patrones de comportamiento tradicionales que imperaban en la
Argentina, provocando un impacto social que no tardaría en evidenciarse a partir
de las profundas transformaciones de estructuras e
instituciones.
Este
proceso de movilización social alteró de un modo acelerado los patrones sociales
tradicionales; tanto en lo que respecta a los vínculos sociales, como a los
económicos y psicológicos, poniendo en cuestionamiento los niveles de consenso
premodernos, y ofició de detonante para la redefinición del proceso político
nacional.
Como
portadores de una biografía única e irrepetible, y con la profunda ilusión de
generar mejores condiciones sociales, estos nuevos actores irían alterando el
ritmo y el curso evolutivo marcado con un carácter casi exclusivo, por las
elites oligárquicas terratenientes porteñas y de los principales centros urbanos
del interior del país.
Si
bien durante las primeras décadas del siglo XX la economía argentina era
eminentemente de carácter agrícola ganadero, dicha fuerza de trabajo, resultaría
parte esencial de un proceso de organización sindical urbana que tendría como
aspectos centrales: a) el oficio; tejedores (1857), tipógrafos (1877),
conductores de locomotoras (1887), albañiles (1893), etc; b) la nacionalidad
de origen; como alternativa específica para mantener la identidad cultural
de origen y la correspondiente creación de instituciones reflejo de las
diferentes colectividades; c) la ideología; como correlato de las
diversas procedencias filosóficas.
Las
distintas variantes de organización y agitación que se llevaron a la práctica a
partir de una inmigración que proporcionó la mayoría de los integrantes y
dirigentes obreros, fueron significativamente diferentes a aquellas expresiones
formuladas por las correspondientes expresiones criollas. Como lo expresa Samuel
Baily, "aparentemente, el trabajador criollo no estaba dispuesto, o por lo
menos se hallaba menos dispuesto que el inmigrante, a cuestionar el orden social
y económico existente, y en consecuencia los recién llegados no tuvieron
oposición alguna en la práctica cuando organizaron y condujeron el movimiento
obrero embrionario".[8]
En
esta búsqueda de condiciones más justas de trabajo y de desarrollo de nuevos
lazos comunitarios, la cuestión de la nacionalidad de origen tuvo gran
ingerencia. Y ello no se debe exclusivamente a las diferentes particularidades
de lucha traídas por los dirigentes inmigrados de su lugar de origen, sino que
además fue un efecto propio del resguardo de las identidades, que en algunos
casos sumaba el ingrediente adicional de las limitaciones con el idioma y las
diferencias de tipo étnicas. Es por ello que a fines de siglo la creación de
sociedades de socorros mutuos ya había alcanzado un despliegue
considerable.
Es
de acuerdo a estos profundos cambios sociales, como la geografía política
nacional también comienza a ser redefinida. A partir del desarrollo de
movimientos de origen europeo como el socialismo, el anarquismo o el
sindicalismo, las formas de organización política se vuelcan a un estilo más
abarcador, el partido de cuadros, desde el carácter directriz de lo ideológico.
Aunque desde lo cuantitativo nunca lograron adquirir un carácter mayoritario, y
en este sentido el divisionismo entre sectores semejantes tampoco contribuiría
para su expansión, el carácter cualitativo sería lo que más contribuiría al
cambio, como consecuencia de un fenómeno que adquiriría una gravitación
creciente: la cuestión social.
Como
respuesta a las situaciones de extremada marginalidad y postergación a las que
dichos sectores resultarían objeto, tanto en relación a las condiciones de
actividad laboral, como a las características infrahumanas de hacinamiento en
los modos de vida de los grupos familiares, o en las situaciones de usura que se
generaban en muchos almacenes de aprovisionamiento, la organización sindical
adquiriría un carácter de reivindicación y de resistencia frente a la
explotación propia de las relaciones laborales de las últimas décadas del siglo
XIX y primeras décadas del siglo XX. A ello contribuirían de un modo especial, y
tal como se expresara previamente, la experiencia sumada por la dirigencia
europea inmigrante en su país o región de procedencia.
El
permanente divisionismo entre las diferentes facciones intentaría ser
minimizado, aunque con resultados precarios, a partir de diferentes alternativas
de redefinición y correlato con expresiones europeas afines. Entre las
organizaciones más significativas se pueden destacar a la Federación Obrera
Argentina (FOA), anarquista; la Unión General del Trabajo (UGT) creada por los
gremios socialistas escindidos de a la dirección anarquista; la Federación
Obrera Regional Argentina, anarquista; la Confederación Obrera de la Región
Argentina (CORA), sindicalista con participación anarquista y socialista; o la
Unión Sindical Argentina (USA), sindicalista con participación socialista y
comunista. Su vigencia estaría signada por las divergencias ideológicas, las
diferencias en el plano de la acción y los posteriores quiebres
disidentes.
Excluyendo
al socialismo, el cual optó fundamentalmente por dirigir su acción política
hacia la dinámica parlamentaria, a partir del intento (fallido) de una amplia
nacionalización de los inmigrantes (en donde concentraban su mayor potencial
electoral), la acción revolucionaria del movimiento obrero se centralizaría
fundamentalmente en la impugnación abierta y profunda al poder, que se llevaría
a la práctica con el recurso de la huelga general, y que en este sentido,
oficiaría como recurso primordial para una acción política tendiente a una
mejora en los niveles salariales y en las condiciones de trabajo. En el caso
específico de algunas diferentes expresiones anarquistas, otra técnica utilizada
sería la de la "propaganda por la acción", oriunda de Francia, España e Italia y
que provocaría serias disidencias y fracturas como consecuencia del rechazo por
esas prácticas de naturaleza terrorista.
En
lo que respecta al Partido Comunista, fundado como Partido Socialista
Internacional en 1918, si bien mantenía cierta influencia en el movimiento
obrero, se hallaba en pleno proceso de organización interna como consecuencia de
los conflictos ideológicos surgidos a partir del seguimiento de los sucesos de
la Revolución Rusa.
El
siguiente cuadro ilustra el desarrollo del movimiento obrero[9]:
Estas
diferentes modalidades de acción, serían las herramientas básicas en la tarea de
la resistencia, que se proyectaría más allá de 1916; es decir, del primer
gobierno nacional surgido de la ley Sáenz Peña. De todos modos, el régimen
oligárquico respondería a los sucesos de inestabilidad, en consonancia a los
gobiernos de Brasil, Chile, Cuba y Uruguay, con la sanción en 1902 de la Ley
4144 de Residencia, con el propósito de deportar o prohibir la entrada a todo
extranjero que comprometiese la seguridad nacional o perturbase el orden
público, y posteriormente la Ley 7029 de Defensa Social, con el objeto de
destruir al movimiento anarquista[10].
b)
La política laboral de Hipólito Yrigoyen
Juntamente
con el desarrollo de las diferentes expresiones obreras citadas previamente, se
fue consolidando una expresión alternativa que, más allá de ciertas
coincidencias en el plano de la reivindicación general, se caracterizó por
determinadas pautas específicas: el sindicalismo.
Su
origen se remonta a Francia durante la década de 1890 como intento de superación
del parlamentarismo de corte socialista y el carácter exclusivista del
anarquismo. Con el objeto de consolidar un movimiento obrero "renovado", el
sindicalismo optó por preceptos ideológicos de neto corte pragmático sustentados
en lo que se consideraban necesidades inmediatas del trabajador[11].
Si bien no necesariamente abandonaron al recurso de la huelga por completo,
preferían abocarse a la concreción de logros de menor envergadura por medio de
la negociación[12].
Los
efectos emanados de la aplicación de las leyes represivas, de algún modo,
provocaron un desacomodamiento profundo en las filas del movimiento anarquista,
lo cual redundó, de algún modo, en condiciones más favorables para la acción
política del sindicalismo y su consiguiente desarrollo, ya que su labor se
orientaba no tanto a la crítica y rechazo del Estado, sino básicamente hacia la
patronal. En este sentido, y con su carácter eminentemente "apolítico", la
táctica regular apelaba a la negociación con el gobierno, independientemente de
que entre sus filas existiesen sindicalistas con contacto directo con Yrigoyen,
especialmente dirigentes obreros marítimos y ferroviarios.
Con
el advenimiento de Yrigoyen a la presidencia, se perciben profundos cambios en
la política del Estado nacional frente a la cuestión obrera y en la cual se
aprecia una real sensibilidad frente a sus reivindicaciones.
Durante
el gobierno de Yrigoyen, se protegió los derechos de sindicalización y de huelga
del movimiento obrero, comprometiendo al Estado en las disputas entre el capital
y el trabajo, a fin de asegurar justicia a ambas partes. Las organizaciones
gremiales, en consecuencia, experimentaron un significativo crecimiento. La FORA
IX, escisión propia de la expresión sindicalista y apolítica que controló al
movimiento obrero desde 1915 a 1922, pasó de 3.000 afiliados en 1915 a más de
70.000 en 1920[13].
En
un sugestivo reconocimiento de los cambios producidos, la FORA IX apelaría a la
figura presidencial como árbitro de las disputas entre obreros y patronal. El
gobierno, por su parte, asumiría dicho compromiso, tal como es puesto de manifiesto por Horacio
Oyhanarte en un discurso en la Cámara de Diputados:
"Ninguno
de sus derechos será hollado, ninguna de sus legítimas aspiraciones será
defraudada y esto lo ha comprendido y lo ha ratificado, de suyo propio, la clase
trabajadora, nombrando por árbitro al presidente de la República"[14].
Entre
1917 y 1921 se dieron en nuestro país grandes manifestaciones obreras. El
presidente Yrigoyen, a pesar de su carácter manifiesto en relación a la
legitimidad otorgada a los obreros como parte esencial de la sociedad, debió
gobernar dentro de un contexto de enorme despliegue de movilización social.
En
1916 y 1917, por ejemplo, se llevaron a cabo una importante huelga marítima
huelga general a partir de la unidad lograda entre las diferentes organizaciones
gremiales ferroviarias, como actitud de firme rechazo a las políticas laborales
ejecutadas por las compañías ferroviarias de capital extranjero. El gobierno de
Hipólito Yrigoyen, oficiaría en esta crisis como mediador entre las
partes.
Si
bien desde el poder político se apoyaron muchas de las demandas obreras, la
declinación económica de 1919, y el carácter maximalista de las demandas,
crearon un marco de extrema rigidez ideológica y polarización. En respuesta a la
acción obrera, y desde el costado opuesto del arco ideológico, la Liga
Patriótica Argentina tomaría como elemento primordial para su acción, la
división de la clase obrera, aislando a muchos de los elementos más combativos y
creando un clima favorable a las deportaciones y otras formas de represión, al
tiempo en que ambos extremos coincidirían en la gradual deslegitimación del
régimen democrático. Yrigoyen, de este modo, fue objeto de caracterizaciones
extremas: desde el extremo izquierdo se sugería que no se trataba de otra cosa
que un exponente más de los intereses patronales o emisario de los capitales
extranjeros; desde la extrema derecha, un mero fetiche "pusilánime" al servicio
del comunismo soviético disociador.
Conclusiones
Considero
que a la hora de efectuar un análisis imparcial y desapasionado de este singular
período histórico, resulta menester comprender que el cambio, como fenómeno
social adquirió una relevancia mayúscula. Es posible reconocer que la política
yrigoyenista fue consecuente a la pretensión de erigirse como representante de
todo el pueblo argentino, y consecuentemente imparcial.
Esto
no significa de ningún modo, ignorar los múltiples episodios acaecidos a partir
de situaciones de extremada tensión ocurridos en diferentes movilizaciones o
actos de protesta. Tampoco significa ignorar que en muchos de dichos episodios,
el gobierno no dudó en reprimir a lo que se consideraba como evidentes brotes de
insurrección popular.
De
lo que se trata, es de efectuar una muy somera aproximación en relación a la
sociedad de la época, frente a cuestiones relacionadas con acción directa,
indirecta, o la eventual omisión que pudo tener el gobierno de Yrigoyen frente a
los sucesivos momentos de la cuestión obrera.
Previamente
se señaló el carácter de árbitro que el gobierno de Yrigoyen decidió
protagonizar en relación a las permanentes pujas. En este sentido, el
reconocimiento a la cuestión obrera puede entenderse como un espacio de respeto
irrestricto al ejercicio de las demandas, pudiéndose establecer como límite de
dicho principio el carácter pacífico o violento de la acción llevada a cabo. Del
mismo modo, frente al recurso de la huelga general u otro mecanismo análogo de
protesta obrera, es posible distinguir como límite la acción del Estado nacional
tendiente a garantizar la libertad de trabajo y empresa.
El
análisis efectuado para la época, por lo general tiende a concentrarse en el
qué, con lo cual se enfatiza el cambio de régimen, aunque soslayando el cómo. De
acuerdo a esta lectura, se percibe a Yrigoyen como el primer presidente de un
modelo de democracia ampliada, y por ende de un nuevo régimen político, que sin
un programa de gobierno definido, paulatinamente resultó permisivo a los
intereses de ciertos sectores en oposición a otros, con lo cual lejos estuvo de
la pretensión de representar al país en su conjunto. Juzgado desde una óptica
estrictamente teórica, suele concluirse que si bien fue moderno en lo político,
fue continuador del modelo oligárquico agroexportador, en relación a lo
económico y por ende no moderno[15].
Este
perfil analítico, como se expresaba anteriormente, subestima en relación al
cambio el cómo. En pocos años la Argentina experimentó una modificación
sumamente profunda de sus condiciones culturales, sociales , económicas y
políticas.
La
movilidad social adquirió ribetes de un verdadero cambio estructural que de
ningún modo pueden ser entendidos como unidireccionales y continuos. La acción
política, en consecuencia, se tornó sumamente vertiginosa con el agravante de
contar entre sus extremos de sendas expresiones antisistema.
Tomando
como referencia a lo elaborado por Leonardo Morlino, en relación a como debe ser
abordado el análisis de la transición de los regímenes, resulta menester asumir
que el cambio se produce a partir de una superposición de efectos tales como:
continuo/discontinuo; acelerado/lento; pacífico/violento; interno/externo. En el
período comprendido entre 1916 y 1930 dichas categorías analíticas se perciben
de un modo notorio.
Tal
como lo expone Morlino, en coincidencia a Robert Dahl, "un régimen
democrático se juzga en base a dos dimensiones: la existencia de competencia
política o la posibilidad de oposición, y la extensión de participación"[16].
Dichas dimensiones pueden ser percibidas con absoluta nitidez en los gobiernos
de Hipólito Yrigoyen.
En
efecto; frente a aquellos que suelen concluir que el radicalismo pudo contar con
buenas relaciones con los dirigentes del sindicalismo como consecuencia de que
ambas expresiones coincidían en un perfil de pobreza o ambigüedad ideológica, es
preciso destacar que la lucha histórica del radicalismo por la consolidación de
una verdadera democracia representativa en la Argentina no puede ser considerada como una cuestión
de poca consistencia en términos filosóficos o políticos, al menos que se
intente distinguir en la Unión Cívica Radical un perfil ideológico específico,
utilizando como recurso la comparación con otras expresiones europeas. Pero
incurrir en un análisis de este tipo, significa desembocar en un reduccionismo
inaceptable desde el momento en el que se subestiman las cuestiones propias de
la sociedad local y en consecuencia, el desarrollo del proceso político
argentino.
Es
cierto que el radicalismo se ha erigido en esencia como la expresión de los
sectores medios de nuestro país. También es cierto que en el período en
consideración, la Argentina se encontraba en el centro de un proceso de alta
movilidad social; aún de la clase obrera. Y es por estas dos cuestiones,
precisamente, que es posible afirmar que la búsqueda de una ideología compacta
en la UCR es una tarea propia de aquellos que desconocen o subestiman el devenir
histórico nacional y el sistema político argentino.
Lejos
de entender al radicalismo como un partido laxo en términos morfológicos,
considero como hipótesis futura que la experiencia histórica demuestra que la
sociedad argentina ha distinguido y distingue con claridad, el potencial
político que dicha expresión partidaria reúne para la vida nacional.
Probablemente resulte apropiado para la corroboración de dicha hipótesis una
investigación que busque regularidades entre los diferentes gobiernos radicales
de modo tal de poder establecer bajo qué condiciones políticas, económicas y
sociales la sociedad argentina decide llevar a la Unión Cívica Radical al poder.
Y en este sentido, partir de la premisa que la UCR ha sido y es el partido de la
Reparación no es un mal comienzo.
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Argentino (1930-1945). Editorial Hyspamérica.
1986 |
MORLINO, Leonardo.
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La transición del
régimen. Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Sociales.
Carrera de Ciencia Política. Material de Cátedra Aznar-Saguir. Sistemas
Políticos Comparados. 2000. |
ZIMMERMANN,
Eduardo |
Los
liberales reformistas. La cuestión social en la Argentina 1890-1916.
Universidad de Buenos
Aires. Facultad de Ciencias Sociales. Carrera de Ciencia Política.
Material de Cátedra de Dora Swarzstein Historia Argentina.
1998. |
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[1] HALE, Charles: Ideas políticas y sociales en América Latina, 1870-1930.
[2] CLEMENTI, Hebe: El Radicalismo. Trayectoria política. pág. 22 y siguientes.
[3] CLEMENTI, Hebe. op.
cit.
[4] ABÓS, Alvaro: La Columna
Vertebral. sindicatos y peronismo. pág. 20.
[5] CLEMENTI, Hebe. Op. cit. Pág.
41.
[6] ZIMMERMANN, Eduardo. Los liberales reformistas...
[7] FALCON, Ricardo. Izquierdas, régimen político...
[8] BAILY, Samuel: Movimiento Obrero, Nacionalismo y Política en la Argentina.
[9] MATSUSHITA, Hiroshi: Movimiento
Obrero Argentino (1930-1945).
[10] BAILY Samuel. Op.
cit.
[11] BAILY, Samuel. Op.
cit.
[12] HALL, Michael y SPALDING, Hobart: "Las clases trabajadoras..."
[13] BAILY, Samuel. Op.
cit.
[14] GODIO, Julio: La Semana
Trágica.
[15] GALLO, Ezequiel y SIGAL, Silvia. La formación de los partidos políticos contemporáneos...
[16] MORLINO, Leonardo. La transición del régimen.
¨ Analista de Sistemas y a punto de graduarse de licenciado en Ciencia Política (UBA). Convencional Constituyente de la Ciudad de Buenos Aires (1996). Miembro del Instituto Yrigoyeneano.