3 de julio de 2005

HIPÓLITO YRIGOYEN: LA APOTEOSIS DEL PATRIARCA

 

Por Matías Bailone

 

“Los grandes muertos dejan siempre un mensaje”

Ricardo Balbín

 

Hipólito Yrigoyen no surge por generación espontánea en la sociedad argentina que buscaba consolidar su cimiento constitucional y progresista. Fue necesario que antes lo precedieran nobles prohombres y altivos ideales, luchas cívicas y portentosas jornadas en las que el clamor popular subía como incienso cremado en las causas de la argentinidad.

Así Yrigoyen coronó una época en la que la lucha contra los despotismos fue la bandera de toda una generación, aquella que había surgido en Caseros y somatizaba el pensamiento de los constituyentes de 1853 – 60. Yrigoyen asumiendo en 1916 la Presidencia de la Nación Argentina era Alem y Alsina, pero también era el pueblo congregado en la Revolución del Parque, era la consumación gloriosa de las décadas de abstención y de lucha contra el régimen.  

En este año se cumplen 72 años del paso a la inmortalidad de Don Hipólito Yrigoyen, el hombre que encarnó los deseos republicanos de un pueblo entero y fue elevado dos veces a la Primera Magistratura de la Nación. Fue el primer presidente de la democracia, con él el pueblo expresó con hidalguía su sentir más hondo a través del voto universal, secreto y obligatorio. Con él la política alcanzó su más alto nivel de contenido pensante y de valoración ética. Con Yrigoyen la Argentina vivió la primavera de sus instituciones y el crisol de su temple libertario.

Como ser humano dejó el recuerdo de la "simplicidad monástica de los grandes místicos de la historia ... un místico que vive su propia vida en holocausto a las libertades públicas y privadas", como lo recordaba Marcelo T. de Alvear.

Félix Luna lo evocaba de esta forma: "...Gran Maestre de esa orden cívica que él definió como la 'religión civil de los argentinos'. Es que así como la Orden del Temple se fundó para defender el Santo Sepulcro de los ataques de los infieles y mantener expeditas las rutas que llevaban a la Tierra Santa, Así Hipólito Yrigoyen acaudilló a su pueblo para salvarlo de los ataques de los incrédulos, y mantener seguros y transitables los caminos de su libertad. Libertad política de oligarquías, dictaduras y demagogias; libertad económica de capitalismos voraces, de explotaciones e imperialismos; libertad social de miserias e incultura..."

La Argentina esta en deuda con su más preclaro prócer. Le tocó la humillación, el destierro, la prisión, la ignominia y la silente muerte. Los años venideros no fueron más benévolos con su memoria, se archivaron en los anales de la historia colectiva sus datos necrológicos, pero su mensaje profundo y ancestral sigue siendo una daga que hiere susceptibilidades e intereses.
 
Sufrió el destino común de otros ex presidentes radicales: fue parodiado y vilipendiado por una prensa abyecta y demagógica, fue víctima de  una confabulación y conspiración de los sectores más retrógados que protagonizaron el nefasto Golpe de Estado de 1930. Desde allí se dió un giro copernicano en la construcción de la Argentina Republicana y Liberal, que estaba entre los países más ricos y pujantes del mundo.
 
Murió el 3 de Julio de 1933, en la pobreza y la soledad. Su Misa de Requiem fue celebrada en la Iglesia de Santo Domingo, y su cuerpo amortajado con el hábito dominico, por haber sido terciario de la Orden de Santo Domingo de Guzmán. Las calles de Buenos Aires nunca presenciaron otra manifestación más sincera y numerosa de los ciudadanos que salían a llorar la memoria del Presidente muerto, que había pasado tres ignominiosos años en el olvido y la censura del Régimen de la Década Infame. No tuvo honores oficiales. No se decretaron días de luto. Pero la gente de motu proprio se silenciaba en las calles o en el trabajo, rezaba por el alma de Yrigoyen, y se lamentaba de la ausencia del constructor más preclaro de la Argentina Constitucional.

Nuestro mejor homenaje a Yrigoyen es la imitación de sus virtudes cívicas y republicanas, no la parodia vacua y necia de quienes llegan a su tumba empujados por la coyuntura de su bajeza moral y sus pigmeos ideales. Debemos ser fieles al modelo de hombre que nos legó nuestro patriarca, ya que tenemos los radicales la difícil misión de continuar su tarea y de no defraudar el cúmulo de nobles vidas que inundan el martirologio de la Unión Cívica Radical: Alem, Balbín, Lebensohn, Illia, sólo por nombrar algunos.

En 1933 se apagó la vida terrena de Don Hipólito, cansada de tanto luchar, de tanto sufrir y andar los caminos de la restauración de nuestras Instituciones. Ese día, Ricardo Rojas, como hijo predilecto del caudillo muerto, como Jesús expulsando del templo a los mercaderes, decía con su lengua de poeta: "Porque no hemos venido aquí para llorar la inhumación de un anciano, sino para cantar la apoteosis de un patriarca. Estos son funerales de epopeya y todo aquí ha de tener el temple del prócer y de su pueblo. (...)

Tampoco hemos venido aquí para argumentar el panegírico, ni para litigar con los que pretenden tasarle la fama en centímetros de necrología o en burocráticos distingos de honores. No se trata aquí de "honores", sino de honor. Tramiten ellos su papelería, mientras él entra en la inmortalidad, que es el amor del pueblo a quien tanto sirvió. Han estado estos tres años mordiéndolo con saña para deshacerlo, y aún   no saben que mordían un bronce. (...)"

El INSTITUTO YRIGOYENEANO es una agrupación de hombres y mujeres, historiadores e investigadores del pensamiento del Presidente Yrigoyen y de su época. Fue fundado como Asociación Civil en 1948, y el mes pasado se sancionó una ley nacional que lo eleva al rango de INSTITUTO NACIONAL YRIGOYENEANO en la órbita de la Secretaría de Cultura de la Nación. Actualmente lo preside el ex Vicepresidente de la Nación, Dr. Víctor H. Martínez. El INSTITUTO YRIGOYENEANO cuenta con una página web donde brinda una selección de su material bibliográfico: http://institutoyrigoyen.tripod.com

 

Matías Bailone

Secretario de la Honorable Convención Provincial de la U.C.R. San Luis

Miembro de Número del Instituto Nacional Yrigoyeneano