Yrigoyen y la Revolución del Noventa

 

Por Aristóbulo del Valle·

 

 

 

Deliberadamente he guardado silencio algunos días, sobre la alusión hecha a mi amigo doctor Hipólito Yrigoyen, en una discusión del comité de la Unión Cívica Nacional, esperando que él mismo desautorizara la equivocada versión; pero el tiempo transcurrido me induce a pensar que la gentileza de su carácter le habrá aconsejado reserva, y yo, por mi parte, entiendo que le debo testimonio público de todo lo sucedido. Con tal objeto, le ruego quiera facilitarme el espacio que requiere la publicación de estas líneas en las columnas de “La Prensa”.

Cuando escribí una breve narración de los sucesos en que había intervenido personalmente, y que se relacionaba con la revolución de Julio, para el libro titulado “Origen, organización y tendencias de la Unión Cívica”, dije lo siguiente:

Nos habíamos preocupado en sesiones anteriores de la designación del Jefe de policía. Al principio, pensamos en el señor don Emilio Castro, pero después decidimos, unánimemente, por indicación del general Campos, que ocupara ese puesto el doctor Hipólito Yrigoyen, cuyas condiciones personales y conocimiento de la policía le indicaban con ventaja sobre cualquiera otra para desempeñarla en los primeros momentos. Cuando el doctor Yrigoyen supo de su designación, se excusó terminantemente, pero ante nuestra insistencia manifestó que aceptaba, como una imposición de su deber y sólo para permanecer al frente de esa repartición los días que durase el movimiento revolucionario.

Ahora, voy a agregar algunos detalles, ya que me vuelvo a ocupar de este asunto, que si no toca el honor, puede lastimar en la suceptibilidad legítima de un caballero que es severamente escrupuloso en los asuntos que atañen a su decoro.

El Dr. Hipólito Yrigoyen se entendió directamente conmigo cuando se incorporó al movimiento revolucionario, y, al hacerlo, me pidió con insistencia que no le economizara peligros pero que tuviera presente que no aceptaría cargo público alguno, y, más tarde, al saber que había sido designado por la junta revolucionaria para ponerse al frente de la policía, no solamente me manifestó la resolución de no aceptar ese puesto, sino que me hizo un cargo amistoso por haber consentido su designación, diciéndome: “No quiero ocupar puestos públicos de ninguna especie, pero aún cuando fuera otro mi deseo, siento incompatibilidades de corazón y de cabeza con el de jefe de policía, y ustedes no deben imponerme su aceptación”.

Como el nombramiento había sido hecho después de madura reflexión, teniendo en cuenta la situación delicadísima en que íbamos a entrar, que reclamaba al frente de esa institución un hombre de energías y levantado carácter, que pudiera garantizar la tranquilidad social durante el período revolucionario, la junta insistió en su nombramiento, y fue entonces que Yrigoyen declaró que aceptaría el puesto, por aquellas consideraciones, como una imposición del deber y con la condición expresa y terminante de que únicamente se le impondría ese sacrificio durante los días de la revolución. Poco después, la junta revolucionaria llamó a su seno al doctor Yrigoyen para que tomara parte en sus deliberaciones.

Así se produjeron los hechos, y cumplo mi deber despejando definitivamente una alusión que cualquiera que sea la importancia que se le atribuya, es contraria a la verdad, sin olvidar, por esto, que en circunstancias semejantes los cargos públicos no implican beneficios, sino responsabilidades, y convencido de que Yrigoyen había aceptado ese puesto, u otro, con la serena independencia de su espíritu, según el propio criterio de su deber, en una situación suprema para la patria, fuera quien fuese el que refrendase su nombramiento. Esa es mi convicción íntima y lo afirmo en el conocimiento que tengo de su carácter tan austero como altivo.



· Aristóbulo del Valle (1845-1896), jurisconsulto, profesor de derecho, gran orador y político argentino. Formó en las filas del partido autonomista de Adolfo Alsina y luego en la disidencia de 1877 fundó el partido republicano. Diputado y senador nacional, apoyó al presidente Avellaneda en la revolución de 1880. Fu uno de los fundadores de la Unión Cívica (1889), gran tribuno y uno de los más vigorosos organizadores y ejecutores de la revolución de 1890. Su decisión como ministro de Guerra y Marina del presidente Luis Sáenz Peña de apoyar la revolcuión radical en 1893 determinó su desplazamiento definitivo de la actividad política.

La presente carta fue dirigida por del Valle al director del diario “La Prensa” el 15 de enero de 1892, como respuesta a una afirmación efectuada por una persona adversaria de el radicalismo y particularmente de Yrigoyen.

 

 

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