Regresar a la pantalla anterior
INSTITUTO
YRIGOYENEANO
Homenaje al Dr. Leandro
Alem
en el Centésimo aniversario
de su muerte.
(1896 - 1° de julio –
1996)
Recordar
la personalidad de Leandro Alem, egregio tribuno de la Democracia, del
Federalismo y de las libertades en la República Argentina de fines del siglo
pasado, fundador de la Unión Cívica Radical; no puede ni debe constituirse en un
homenaje de características necrológicas ni mucho menos una oración fúnebre.
Porque estamos convencidos que Alem está hoy más vivo que
nunca.
Si una
colectividad civil como la Unión Cívica Radical, que fue su obra, ha perdurado
más de una centuria en la vida política e institucional argentina, ello es cabal
demostración que Alem no ha muerto y que su espíritu noble de luchador
incansable, los princicpios éticos que roientaron su vida, los ideales y anhelos
que animaron su pensamiento y su acción, nos deben animar más que nunca a todos
aquellos ciudadanos y ciudadanas que desinteresadamente y con fervor patriótico
seguimos en la brega en pro de los sueños alemianos.
Nuestro
homenaje a Leandro Alem no puede circunscribirse solamente a la exaltación de
esa personalidad apasionado, de esa conducta firme, de esa vida austera, de ese
carácter recio, de esa conciencia solidaria, de ese espírut intransigente tan
característicos de su trayectoria pública como jurista, como soldado y héroe de
batalla, como poeta romántico, como caudillo de multitudes, como orador de
barricada, como legislador y estadista, como líder revolucionario y como jefe
del partido popular, marcando a fuego la historia nacional desde los últimos
lustros del siglo pasado, perpetuándose su memoria a lo largo del siglo que se
acaba y proyectándose con el mismo ardor y el mismo brillo hacia los albores del
tercer milenio.
Si nos
limitáramos tan sólo a considerar a Alem como un hombre de acción y no de ideas,
o si juzgáramos su personalidad y a su obra – el Radicalismo- como “un carácter”
como solía sostener el General Mitre, nos encontraríamos ante un evidente y
palmario error conceptual, propio de quienes carecen del suficiente acervo
doctrinario, desconociendo o mailtencionadamente ocultando el verdadero sentiodo
del pensamiento, la obra y la lucha de Leandro Alem.
Nuestro
homenaje más certero y más justo es precisamente poner en claro lo auténtico del
ideario alemiano y especialmente la vigencia y actualidad que hoy cobran las
ideas por las cuales el legendario tribuno ofrendara su vida hasta su voluntaria
inmolación.
Alem
encarnó un sentimiento patriótico y democrático que anidaba en el pueblo
argentino desde los orígenes mismos de nuestra nacionalidad, desde la guerra por
nuestra emancipación nacional y los albores de nuestra vida independiente, desde
las luchas por la organización constitucional y la integración federal
definitiva de toda la Nación. El mismo era la realización plena de la República
Argentina en la absoluta vigencia de la Constitución Nacional, el sufragio
popular, el federalismo. Lo que Yrigoyen conceptualizó posteriormente como la
“Reparación” de nuestra nacionalidad.
Esa fue
la lucha, la batalla que Alem libró a lo largo de una vida corta pero sin lugar
a dudas provechosa para las generaciones que lo sucedieron. Para lograrlo debía
enfrentarse a “El Régimen”, “El Acuerdo”, “La Montaña” y en ese trance dejó todo
lo suyo para consagrarse por entero a su apostolado laico, a la causa de la
reivindicación de los derechos del pueblo argentino y la dignidad de su
Patria.
Analizando
retrospectivamente los objetivos de la lucha sin cuartel que Alem llevó adelante
hace más de cien años podemos identificarlos además como los principios
doctrinarios fundacionales de la
Unión Cívica Radical, los que dan razón a su existencia y permanencia como le
dieron en su momento sentido a la vida misma del caudillo, nuestro padre
fundador. A través de los mismos encontraremos el sendero por el que debemos
conducir nuestro compromiso con su ideario y su conducta que no es otro que el
de nuestra Unión Cívica Radical. En el ejemplo personal de Alem encontraremos
además las pautas de conducta que han de guiarnos en el supremo deber de hacer
realidad la obra soñada.
Alem
luchó denodadamente contra la federalización de la Ciudad de Buenos Aires en sus
mocedades autonomistas. Sabía que ello transformaría en letra muerta el espíritu
federalista de los constituyentes del 53. Nuestra Constitución Nacional,
recogiendo el anhelo de los pueblos argentinos tras varias décadas de luchas
fraticidas, consagró la forma de Estado federal, distorsionada por la Ley de
Capitalización de esta Ciudad, que en los hechos impuso un tipo de Estado
unitario y centralista.
Su
profecía de 1880 lamentablemente se cumplió. Hoy la Nación Argentina constituye
la negación del federalismo, su estructura se asienta en un poder centralizado y
macrocefálico que avasalla la autonomía y la dignidad de nuestras provincias,
que concentra en las cuarenta manzanas que rodean la Casa de gobierno la
totalidad del poder político, administrativo, económico y financiero de la
república. El proceso de autonomización de la Ciudad de Buenos Aires, impulsado
por la UniónCívica Radical en la Convención Nacional Constituyente de 1994 y
consagrado en el artículo 129 de nuestra Ley Fundamental y ordenado por la
Constitución de la Ciudad de Buenos Aires, en buena parte también obra del
Radicalismo, reconoce en Leandro Alem a su más auténtico
precursor.
Alem
bregó por el cumplimiento pleno de nuestra Constitución Nacional y por el
cumplimiento del principio republicano de la división de poderes. Sin embargo,
hoy asistimos al manoseo de la Constitución Nacional y todo el ordenamiento
legal vigente, sometidos al servicio del poder de turno; conculcándose el
régimen republicano y representativo de gobierno, transformando al Congreso de
la Nación en un mero apéndice del Poder ejecutivo destinado al tratamiento y
consideración de asuntos de necesidad y urgencia para los intereses y
compromisos del poder político con los poderosos.
Dentro
del mismo problema hemos asistido inermes a la desarticulación del Poder
judicial de la Nación, condicionado al color político de quienes gobiernan e
instaurando una nueva lógica jurídica, la de la emergencia por encima de la
lógica de la equidad. Y también al desmantelamiento de todo órgano de control de
la administración pública, conviertiendo al sistema en un régimen de virtuales
características cesaristas.
Alem fue
un defensor del federalismo y de las autonomías provinciales, puesto que sus
orígenesideológicos lo conectaban con la línea federal democrática que encarnó
Manuel Dorrego, luego el autonomismo alsinista y las mejores tradiciones
argentinas.
Mientras
tanto, observamos en la actualidad el denigrante espectáculo de los gobernadores
de provincia mendigando partidas y ATN en las oficinas del poder central para
pagar sueldos de empleados públicos; enajenando mediante convenios los recursos
y riquezas patrimoniales de los estados provinciales en aras de intereses
transnacionales y convirtiendo a las provincias en estructuras feudales donde
ejercen el poder dinastías carentes de moral y plenas de
concupiscencia.
Fue
también Alem un luchador por el derecho del pueblo al sufragio universal como
medio de legitimación de las instituciones de la república, porque tenía además
la íntima convicción de que el ciudadano debía dejar de ser un mero espectador
en el manejo de la cosa pública para convertirse en partícipe activo en la toma
de decisiones de los destinos nacionales. Y para hacer efectivo ese derecho
inalienable del pueblo, Alem no trepidó en recurrir a la revolución – recurso
extremo contenido en la “ley natural de los pueblos”, al decir yrigoyeneano –
para regenerar las prácticas políticas de nuestra Patria.
Y sin
embargo vemos con preocupación que el fraude no solamente no ha sido enteramente
desterrado, sino que el mismo continúa en la práctica y en algunos casos se ha
perfeccionado, modernizado mediante las nuevas tecnologías informáticas, para
birlar al pueblo su derecho a elegir libremente cuando su elección pone en
riesgo el interés de los poderosos.
El hecho
de que se lleven a cabo elecciones con cuarto oscuro y en forma regular durante
los últimos quince años no implica que se haya realizado plenamente la
democracia representativa y participativa que soñaron Alem y nuestro padres
fundadores. Muy por el contrario, debemos velar con el mismo celo de aquellos
radicales de 1892 y de 1932 por la seguridad y la limpieza de los procesos
electorales garantizando a la ciudadanía la libertad del voto, fuente legítima
del poder político.
Finalmente
digamos que Alem fue un constante preconizador de la moralización de la política
y de los políticos, del gobierno y de los gobernantes. Hizo de la ética su credo
y de la austeridad su rito. Murió en la pobreza más absoluta luego de haber
pasado dignamente por la función pública. Y no obstante hoy asistimos al poco
edificante espectáculo de la “política-show” o farandulización de la excelsa
actividad política, fruto de la cultura “light” de los años noventa que ha
relativizado la ética, la moral, la política, todo en aras del éxito. En este
contexto gobernantes, legisladores, jueces, dirigentes sindicales y empresarios
hacen ostentación perversa de lujos y suntuosidad, exhibiendo un nivel de vida
cuando menos sospechoso. Frente a ello es digno recordar la recomendación
alemiana en cuanto a que de los cargos públicos debía salirse “con la frente
alta y los bolsillos livianos” y la sentencia de Yrigoyen: “Sin moral personal
no se puede estar en la función pública”.
He aquí
el legado que Leandro Alem nos dejó hace 103 años junto con su testamento
político. Nos legó nada más ni nada menos que su pensamiento fundacional
inspirador de los principios doctrinales del Radicalismo. Y su puesto de lucha
en la cruzada cívica por la “causa de los desposeídos contra los que todo lo
poseen”.
Muchos
de aquellos males contra los que Alem batalló sin descanso ni especulación hasta
su última gota vida siguen hoy en pie, a un centenio vista, en abierto desafío a
nuestra vocación intransigente.
Es
menester refirmar nuestro propósito y nuestro compromiso de continuar su lucha,
de comulgar en sus mismos ideales, de no transar con todo aquello que no es
digno de los argentinos, siguiendo su ejemplo indeleble para que nos anime en la
encrucijada a que nos enfrentamos hoy como hace un siglo
atrás.
Alem
solía despedirse de sus amigos y partidarios en sus cartas con una frase “En
contínua lucha os saludo”. En esa lucha contínua no reencontraremos los
Radicales y los argentinos de todas la ideologías que seguimos creyendo que hay
que consumar la obra iniciada por Alem hace más de un siglo atrás y que no es
otra que construir una Argentina libre, justa, igualitaria y
solidaria.